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A
pesar de la degradación de la ciudad pintarraqueada y sucia,
aún queda mucho Versalles interior en Sevilla. Se acercan los
versallescos días de Dios en la ciudad. Sevilla sabe que Dios,
infinita bondad, es más bueno que el Pan en el que sale a la
calle, a Cuerpo. Para celebrarlo, le pone música de violines y
le organiza un baile de pajecillos cortesanos en el Versalles
de la Catedral.
No he pensado por cuestiones del almanaque de los magnolios en
flor en este Versalles interior de los seises; o de los
servidores de librea y plata antigua en el Corpus Mínimo de La
Magdalena; o de la virreinal carroza sacramental del Salvador,
con las armas nobiliarias de Pasión pintadas en la portezuela.
He pensado en el Versalles interior por el que, por la
decoración rococó de sus dorados, llaman Paso de los
Espejitos. El misterio de la Coronación de Espinas de la
hermandad del Maestro O´Kean, de Rafael Montesinos, de Carmen
Sevilla: quiero decir de la Cofradía del Valle.
He pensado en el Paso de los Espejitos por culpa del chuflón
separatista catalán al que Manuel Mantero le puso Carafoca en
una gloriosa Tercera de ABC y que como Carafoca se va a quedar
aquí. No manchemos referencias tan sagradas mentando el
apellido de quien reniega hasta de su padre, porque era
guardia civil. La gente está mosqueada con Carafoca porque en
Jerusalén ha cogido una corona de espinas en una tienda de
camisetas y suvenires del barrio de Santa Cruz de allí y se ha
mofado del sagrado misterio del versallesco Paso de los
Espejitos. Yo no estoy mosqueado. Le doy las gracias al Cristo
de la Coronación de Espinas porque Carafoca haya tirado para
Jerusalén propiamente dicha y no para esta nueva Jerusalén que
es Sevilla. Menos mal que este tío, con el borrachucio que le
echa la foto mientras se mete a sayón de paso y se mofa de la
Coronación, no ha puesto el pie en Sevilla. En esta sociedad
laica y berrenda en masónica que tenemos, Carafoca llega a
Sevilla por el Corpus y es capaz de comerse las uvas de la
Custodia como si fueran las de la Nochevieja. Y de llevarse
las espigas para la dieta de fibras del desayuno.
-Y yo sé de una del Ayuntamiento que hasta es capaz de echarle
una foto, muerta de risa, como el moyatoso...
Y puede que no quedara ahí la cosa. Sin salir del Valle, el
Carafoca llega a la iglesia de la Anunciación, ve el pelícano
del Cristo del Amor y es capaz de cogerlo para que le hagan un
arroz con pelícano como si fuera un marismeño arroz con pato.
Este tío coge el paño de la Verónica de Montserrat y se seca
las manos, como si fuera una toalla portuguesa. Ve El Silencio
y se cree que llevan la espada desnuda porque es la que le
hace perder las dos orejas al Cid en Las Ventas. (Aunque el
Carafoca está contra la fiesta nacional. No admite más fiesta
nacional que la catalana de tomar café con los asesinos
etarras en Perpiñán). El Carafoca ve al Cristo de Santa Marta
y le da un libro, porque se cree que la sangrante rosa es del
día de San Yordi. Ve al Caballo de Triana entrar en La Campana
y pregunta que dónde se sacan las apuestas de ganador. Y ve a
los armaos y se cree que son la Centuria del Lobby Gay y que
el capitán es Zerolo, por lo de las plumas...
Menos mal que el Carafoca no ha venido a nuestra Jerusalén.
Donde en más de una hermandad se le hace la pelota a las
ministras y ministros de los partidos laicos, abortistas y
casamenteros de parguelones, con tal de trincar la subvención.
Sí, el PER de las hermandades. Algunos hasta hubieran sido
capaces de reírle la gracia al socio del Gobierno que los
tiene de dulce. Y no de echarle una foto, sino de hacérsela
con él. Como ésos en los que está usted pensando.
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