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Si
a las islas del Guadalquivir se fueron los moros que no se
quisieron ir, a Londres marcharon los cristianos que se
hubieran querido quedar y no pudieron. Hay un Londres
sevillano de Blanco White, de Cernuda, de Chaves Nogales, del
Cardenal Wiseman, tierra de promisión donde el «fish and
chips» llenaba nostalgias de papelones de pescado frito.
Como un legado de esos sevillanos hondos, fríos, finos,
británicos, se nos aparece de vez en cuando el Londres que,
como un cante de ida y vuelta, Sevilla lleva dentro. Como si
hubieran quedado en el uniforme de las niñas de las Irlandesas
los cuadros de la falda de Pepe el Escocés. Hay mucho Londres
interior en la Sevilla de los sueños. La Ciudad de Londres no
es sólo una tienda de tejidos. Es también Sevilla. En sus
caobas, Casa Morales tiene algo en pub londinense. Algo de
cambio de la guardia en Buckingham los lanceros de la Banda
del Sol subiendo a la Giralda para las lágrimas de San Pedro,
clarines de la Maestranza a lo divino que anuncian el cambio
de tercio de la primavera de magnolias al verano de jazmines.
Ha llorado ese Londres interior de Sevilla. El dolor de una
ciudad no necesita traducción simultánea. Aquella tarde de
lluvia en la Plaza Nueva, cuando habían matado a Alberto y a
Ascen, Sevilla era Londres. Esta mañana de ambulancias y
sirenas de Londres, con el autobús de dos pisos desventrado,
la calor es de Sevilla. ¿Dónde han sonado esas bombas? ¿Bombas
o disparos? Madrugada de disparos asesinos en la calle Don
Remondo o mañana de explosiones en Edgware Road, ¿qué más da?
¿No es lo mismo King´s Cross que Jesús del Gran Poder, donde
unos asesinos como los de Londres mataron a Muñoz Cariñanos?
King´s Cross. La cruz del Rey. Esa cruz del Rey que está en
San Lorenzo aún sigue pasando por allí todas las madrugadas,
todos los días de este calvario de los ataques del terrorismo.
Y toda esa Sevilla tan londinense nos acerca ahora aquel
dolor. Los relojes del Cronómetro, tan británicos, tan Regent
Street, marcan la hora del dolor en el Big Ben. La corbata de
luto que lleva Tony Blair es de Galán, ha salido de una
Ingleterra de pañerías en el escaparate de en Sagasta. Sí, ya
sé, Galán no tiene nombre inglés. Pero si le damos la vuelta a
la corbata negra de Blair veremos que por detrás hasta tiene
puesto en la etiqueta el nombre de la sastrería en inglés:
O´Kean. ¿Jeremyn Street, dice usted? Bueno, esa Jeremyn Street
que hay en la Plaza Nueva, que remata con otra tienda inglesa,
esquina a Méndez Nuñez, la que ha puesto Isabel Rodríguez de
Quesada, aunque quizá allí nos metamos ya en Bond Street. Como
nos metemos en Hammersmith o en Tottenham Court Road cuando
miramos los bronces, los aceros, todo verdad, nada plástico,
de la ferretería de Entrecárceles que tiene victoriano hasta
el nombre: Bazar Victoria. Como victorianos, de barrio
tranquilito de Londres, de Belgravia, de Mayfair, eran
aquellos chalecitos de La Florida donde tenía la consulta el
Doctor Del Barco Calzadilla, a los que sólo les faltaba el
sótano con la cocina del mayordomo de «Arriba y abajo». Como
el neomudéjar de la estación de la Plaza de Armas o del
Matadero Municipal tiene algo de teatro o de sala de
conciertos de Londres que levantara un arquitecto viajero y
exótico, al gusto de las colonias de Imperio.
Esa Sevilla llora hoy por Inglaterra. La Inglaterra hípica del
escaparate de El Caballo, la Inglaterra de las mañanas de
chaquetas de tweed en las carreras de Pineda. La Sevilla de
algo tan inglés como tres equipos de rugby. En el mismo dolor,
se hace Támesis el Guadalquivir, Torre de Londres la Torre del
Oro, y bajo el puente de la Torre o el puente de Triana, da lo
mismo en las ciudades hermanadas por el sufrimiento, pasan los
remeros de la regata, no sé si de Oxford y Cambridge o del
Sevilla y del Betis.
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