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El Recuadro   

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ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Los vacíos de Sevilla

Es lugar común citar el barroco «horror vacui» como motor de la estética sevillana. Lees «horror vacui» y piensas en la Capillita de San José, donde no cabe ya ni un alfiler de Fernando Morillo para poner un tocado a una Virgen. O piensas en las yeserías de Santa María la Blanca. O en la bulla. ¿Qué es la bulla, sino el «horror vacui» de las calles vacías? Cuando se lamentaban de la masificación de la Semana Santa, mi recordado Luis Rodríguez Caso decía:
-Sí, mucho quejarse de la masificación, ¿pero os imagináis lo que sería que, llegada la hora de iniciar la estación de penitencia y con la cofradía formada, se abrieran las puertas de la iglesia, se pusiera en la calle la cruz de guía y fuera no hubiese absolutamente nadie esperando ver la salida?
Y por el juego de contrarios, también barroco puro del olivo de la Minerva del patio de la Casa de Pilatos, tan nuestro como el «horror vacui» es el «amor vacui». La delectación de los grandes vacíos de Sevilla. Los vacíos de la nostalgia. Ese vacío de mi capilla de la Carretería a prima hora de la tarde del Viernes Santo, cuando acaban de salir el Cristo de la Salud y la Virgen del Mayor Dolor en su Soledad. Que es el mayor dolor de la soledad de esa capilla vacía, que te recuerda siempre la casa familiar de la que los funerarios se acaban de llevar el ataúd con el cuerpo de un ser querido.
Las grandes fiestas de Sevilla acaban en los grandes vacíos de la nostalgia. Si queréis ver una reescritura Lipassam de la «Canción a las ruinas de Itálica» de Rodrigo Caro, id hoy al triste vacío de la Feria: los farolillos por el suelo, los mostradores apilados, las ya mustias flores de papel, la camioneta que se lleva las sillas, los hierros sin lonas que quedan como el esqueleto de un cuerpo que tuvo vida...
Es un vacío distinto. Un vacío sin nostalgia. Hasta para esto la Feria es distinta y rarita. ¿Qué son 160 años en una ciudad que fundó Hércules en persona? El vacío que sigue a la Semana Santa tiene otro encanto literario. Los vacíos de la Semana Santa tienen esa nostalgia de la cuadrilla del Gran Poder que en la desarmá se lleva de la capilla el paso del Señor sin el Señor, que hasta en la levedad del racheo se escucha que falta su presencia. O esos pasos de misterio camino del almacén, como barcos hacia el desguace, como en traslado de fantasmas, los sayones de media Judea cubiertos con sábanas. O esa íntima y personal desarmá de la túnica desde la casa del amigo donde te vestiste hasta tu propia morada. Ay, esa bolsa del Cortinglés de donde asoma el macho de cartón del capirote de negro ruán, donde va enrollado el esparto con sus correíllas de material, sic transit gloria Hispalis.
Vacío de la tristeza del mediodía del Corpus, con el romero pisoteado por Cerrajería y Sierpes, con la priostía ya en mangas de camisa, quitada la chaqueta del oscuro terno de la procesión, desmontando el altar que han puesto donde estaba Auto Ibérica y vivía el humanista Miguel Romero Martínez. Hay un cuadro de Virgilio Mattoni que refleja la tristeza del vacío del Corpus: terminada la procesión, por la Avenida desierta, un sacristán pasa ante la Puerta de la Asunción llevando una manguilla de vuelta a su parroquia.
¿Y el vacío de la mañana de la Virgen, terminada la procesión, cuando el centro se queda desierto mucho más temprano que el día del Corpus? Por no salir de Valdés Leal, en un abrir y cerrar de ojos desaparecen de pronto todos los abanicos, todas las chaquetas de mil rayas, todas las gafas de sol. Y no es que haya que pensar en Bécquer: «Ante aquel contraste de vida y misterios,/ de luz y tinieblas, medité un momento:/ Dios mío, qué solos se quedan los muertos». No, la ciudad no está muerta: en sus misterios, está llena de vida. De esa vida interior, riquísima, de la soledad. «Sosegada y en calma», como la frase ritual de la Ronda del Jueves Santo.
Poco le duran a Sevilla estos vacíos solemnes y hermosos. Estará usted pensando que ya mismo estamos en el Rocío.

 

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