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ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


La plaga de acordeonistas

EN los duales de Sevilla, dos paisanos nuestros que mandamos como emigración legalísima a Roma para que allí se hicieran emperadores: Adriano y Trajano. De los dos, la verdad es que Trajano, el tío de Adriano, es el que sale peor parado. Le pasa en la collera de emperadores como a Rufina en la pareja de santas patronas, por no salir de la Sevilla romana. Santa Justa tiene hasta estación del Ave, mientras Santa Rufina no tiene la pobre ni una parada del tranvía. Adriano tiene calle principal: la que une la Puerta del Mar que es el Arenal con Triana. Calle con Pietá romana según Sevilla en El Baratillo. Y con plaza de los toros. En cambio Trajano tiene una calle de segunda, que la gente, además, confunde con Amor de Dios. El chófer de Miguel el Potra volvía de traer a un empresario taurino de ver una corrida de toros en el campo por la parte de Aracena, y al pasar por Santiponce se las dio de cicerone, y, señalando los cipreses romanos, dijo:
-Y esto es Itálica, usted, donde nacieron dos emperadores romanos: Trajano y Amor de Dios.
Trajano, sí, aparte de calle tristona, tiene dedicado el Arrabal y Guarda. Pero se nota muy poco. Hay que saber mucho latín para caer en la cuenta de que Triana viene de Trajana: la colonia fundada por Trajano al otro lado del río. Y no hay que haber leído además a Matute, que lo pone en duda, y que sin salir del latín lo atribuye a «Trans Amnem», «lo que está más allá del río».
Trajano comenzó su carrera política en Roma en tiempos de un emperador que tenía nombre de pasodoble torero con solo de trompeta: Nerva. (Cuando los gladiadores cuajaban un león en el Coliseo, les tocaban Nerva.) E inició Trajano su mandato imperial con una guerra que nunca comprendí, por mucho que don Octavio Gil Munilla la explicara en los Comunes de la Facultad de Letras: la conquista de la Dacia, chispa más o menos la actual Rumanía. La conquista de la Dacia ocupa parte principal de las escenas de la Columna Trajana, que es como el pétreo álbum de fotos que Trajano puso en Roma con los recuerdos de todas sus gestas. Como quien enseña las fotos que se ha hecho en un crucero con la parienta. Trajano se enorgullecía de haber romanizado la Dacia, en el estirón que le dio a las fronteras del Imperio. Gracias a Trajano, en Rumanía se habla una lengua románica, hija del latín, y no una lengua de las que te echas la garganta abajo pronunciando consonantes guturales.
La otra noche, en ese rincón del Imperio Romano que es El Postigo, descubrí finalmente para qué demonios conquistó Trajano la Dacia. Estábamos en la simpática terraza del Colmaíto de Cai, el que fundó El Beni en la calle Nazareno, cuando de pronto empezaron a llegar acordeonistas rumanos, uno detrás de otro. Escuchando al acordeonista rumano número 47 que se acercaba tocando «Kalinka», exclamé mi eureka geográfico-histórico particular, en plan Arquímedes:
-¡Ya está! ¡Ya sé para qué Trajano conquistó la Dacia! ¡Para que hubiera allí acordeonistas rumanos que se pudieran venir todos a Sevilla!
Tras lo cual puse una conferencia a Bucarest para confirmarlo:
-¿Me pueden poner con el jefe de los acordeonistas rumanos, por favor?
-No, no está. Aquí en Rumanía no queda un solo acordeonista. Todos se han ido a pegar el coñazo con el acordeón en Sevilla, en devolución de visita por lo de Trajano.
Al sentarse en una terraza hay que tener preparado el presupuesto de propinas para los acordeonistas rumanos. Que tocan además unas melodías muy centroeuropeas, muy tristes, muy II Guerra Mundial. Muy poco nuestras. Si por lo menos, como el cuarteto ruso de cámara en la calle Tetuán, tocaran «Estrella Sublime». Propongo que ya que no hay quien nos libre de la plaga de acordeonistas rumanos que nos invade, que se aprendan obligatoriamente «Tatuaje» de Rafael de León, con «la tristeza doliente y cansada del acordeón». Hombre, por lo menos que toquen algo nuestro, ya que el paisano Trajano nos hizo la jangá de romanizarlos para que acabaran todos viniéndose a Sevilla a buscarse la vida con el acordeoncito dichoso.

 

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