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ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Rafaela, la última cigarrera

En los nichos de tipografía del cementerio de papel del periódico, su esquela. Dice que doña Rafaela Rodríguez Chicardiz ha muerto en Sevilla a los 102 años. Y bajo su nombre, su título de grandeza, como una vieja copla, como una cajetilla de ideales al cuadrado, como un ángulo del cuadro de Gonzalo Bilbao, como un viejo cartel de fiestas primaverales, como los cuarterones, como el caldo de gallina: "La Última Cigarrera".

Parece que la estoy viendo. Es Monarquía de Alfonso XIII y es España. Un fotógrafo llega con su traje a cuadros, su corbata de lazo y su gorra y planta el trípode de su cámara en la calle San Fernando, ante de la verja como de Buckingham Palace, de palacio de la Mujer Trabajadora, ante la portada de la Fábrica de Tabacos que remata la escultura de una Fama que está fumándose una trompeta en forma de veguero de Vuelta Abajo, voluta de bronce incluida. El fotógrafo va a retratar una algarabía de voces femeninas, un repique nervioso de tacones, un revuelo de mantones de talles, un relucir del carey de las peinas, un frufrú voluptuoso de largas faldas pudorosas con bajeras de pasacintas. El fotógrafo va a retratar la salida de las cigarreras. Y la estoy viendo allí. Estoy viendo allí a Rafaela Rodríguez, mocita y zalamera como el pasodoble que desgranan los ocultos cilindros ciegos del pianillo, como este sol de la mañana. Sé que coge por la calle San Fernando adelante, Puerta Jerez, frescores del Cristina, y se va quizá para Triana, siguiendo sin saber lo que era el curso del arroyo Tagarete. Y que como el Puente de San Telmo aún no está hecho, junto a la Torre del Oro, ay, Puerto Camaronero, como en la copla de García Padilla y Juan Mostazo, la cigarrera coge la barca que la cruza de orilla y por la que nada tiene que pagar al barquero, que ya sabe usted que le cobran a las niñas bonitas.

Parece que la estoy viendo. Como Carmen se hizo carne y habitó entre nosotros, estas cigarreras de la Fábrica de Tabacos le han dado toda su gracia a la vieja hermandad que reside en su capillita. Columna y Azotes se llamaba. Ahora le dicen, por ellas, Las Cigarreras. Hasta Juan Manuel le ha bordado un paso a la Victoria, de bonito que va la Virgen como una Reina. Pues nombre de Reina tiene: Reina Victoria. No como la escultura nueva del Señor amarrado a la Columna, que la ha hecho Joaquín Bilbao y parece un tragasables del Circo Krone, ojú, qué grande y guarnido. Quizá la misma Rafaela, o una amiga de su misma condición y de gracia, cuando lo ha visto el primer Jueves Santo que ha salido, ha dicho:

-- ¡Pero si han quitado al Cristo y han puesto al Pagador!

El pagador de la Fábrica de Tabacos, ojú, qué tío, tiene toa la cara del Amarrao del paso. Pero Rafaela aguanta la risa, porque ella es de la Virgen. Yo la he visto detrás del palio, y no es ficción literaria. En 1965, la última vez que la Virgen de la Victoria salió de la calle San Fernando, tras su paso iban, velillos negros y promesas, las viejas cigarreras. Yo las vi, y lo conté en la crónica de Semana Santa de aquel día en el ABC, búsquenlo en la colección. Y al día siguiente, en su artículo cotidiano, lo comentó César González Ruano. Que quizá fue el que inspiró a El Pali. Cuando Paco Palacios cantaba que "ya no pasan cigarreras por la calle San Fernando" se refería en verdad a la Virgen de la Victoria, Suprema Cigarrera cuyo paso sacaba su amigo Vicente Pérez Caro.

Y parece que estoy viendo ahora a Rafaela el año que vino Don Alfonso XIII a salir con la cofradía. En el sepia sentimental de la fotografía está el Rey con su uniforme de capitán general, con la vara dorada, presidiendo el paso de la Virgen de la Victoria. Seguro, seguro que la cigarrera que le dijo las cosas más bonitas y con más gracia al Rey fue Rafaela. Porque fue Sevilla. La esquela dice que a los 102 años ha muerto Rafaela, la última cigarrera. La esquela quiere decir que en esta España del tabaco satanizado ha muerto definitivamente un trozo de Sevilla, que incluso había sobrevivido a la puñalada trapera que le dieron en Los Remedios a Altadis con la navaja que Carmen llevaba en la liga.

 

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