DÍAS
de toros de San Isidro. Días mediáticos de San
Isidro. ¿Cuántos espectadores caben en la plaza de
Las Ventas? Pues depende. Depende del «share» de
la retransmisión televisada de la corrida. Cada
día, a las 7 de la tarde, hay una España que va a
los toros sin necesidad de soltar el Metro en esa
estación que el día menos pensado va y la inaugura
Magdalena Álvarez: en plazas más osadas ha
toreado, como en la terminal de la T-4. Cada día,
a las 7 de la tarde, se ve la corrida de Madrid en
Valencia, y se ve en Bilbao, y se ve en Pamplona,
y se ve en Ronda, la de los toreros machos. Todo
por la televisión. Las Ventas, como antes la plaza
de los toros de Sevilla, vulgo Maestranza, tienen
el tendido de los sastres mayor del mundo, gracias
a Manolo Molés, a Antoñete y a mi paisano trianero
Emilio Muñoz. Cartel de toreros comentaristas que
por cierto Zabala de la Serna acaba de completar
en las páginas de ABC con el pase de la firma de
Ortega Cano. Antoñete, Muñoz y Ortega, no está
malamente rematado el cartel, con un encierro de
Las Ventas del Espíritu Santo, que hasta suena a
ganadería de César Rincón.
Le preguntaron una
vez a Curro Romero si le gustaba que se
televisaran los toros y dijo que no. Con una frase
magistral, para esa Antología de Sentencias de
Toreros que Andrés Amorós debería reunir y
publicar: «El aroma no se puede televisar». El
aroma de un muletazo no se puede televisar,
ciertamente. Pero sí el eco sonoro de ese aroma.
Gracias al público. Los del televisivo tendido de
los sastres, ora pasando por taquilla como ocurrió
con la Feria de Abril sevillana, ora con solo el
abono mensual del canal digital como en San
Isidro, saboreamos ese aroma que no se puede
televisar por su eco en el público de la plaza.
Los clamores del tendido, las protestas, los oles,
los pañuelos pidiendo la oreja, sí se pueden
televisar. Y son parte fundamental de la
retransmisión. Imaginen un partido de fútbol
televisado sin público que diga «goooool» o que le
miente sus castas todas al árbitro cabrón. No
tendría emoción. Imaginen una corrida televisada
desde Las Ventas sin público que proteste los
toros con el pañuelo verde que se traen desde su
casa. No tendría el menor interés.
Yo por eso, como
reciente y obligado figurante en las
retransmisiones de pago y taquilla de las corridas
de la Feria sevillana, propongo a las uniones de
abonados y a las asociaciones de aficionados que
exijan y reclamen (en demanda formal que nos
podría sustanciar el taurinísimo letrado Joaquín
Moeckel) la suprema aspiración de todo aquel al
que le gusta la Fiesta Nacional: ir a los toros de
válvula, de gañote, de pescuezo. Y no sólo eso,
sino además, cobrando por salir en televisión
desde el tendido. Mi argumento es muy sencillo.
¿No pagan las televisiones a los figurantes que
les llenan los platós, a los que un regidor les
dice con un pizarrón cuándo tienen que aplaudir y
cuándo tienen que abuchear? ¿No hay pensionistas,
estudiantes, amas de casa, parados y paseantes en
Corte que se ganan todos los días un dinero muy
curioso yendo de público alquilón a las
televisiones? Pues los que vamos de público a las
corridas televisadas hacemos exactamente lo mismo,
pero pagando. Y a eso no hay derecho. Cuando Molés
se ahorra además el dinero del regidor que le dice
al público del plató cuándo hay que decir «bieeeen»
al trincherazo, «ole» al pase de pecho o «pico,
pico» al que se alivia con el canguelo ante las
dos velas. Las Ventas en estos días, como la plaza
de Sevilla antes, es el único plató televisivo
donde los figurantes del estudio pagan, y no
cobran un duro por su actuación. Si por televisar
la corrida cobran los toreros, el ganadero, los
banderilleros, los picadores, la empresa y creo yo
que hasta la música, ¿por qué no han de cobrar los
que van al Tendido 7 con su pañuelo verde, si son
parte fundamental de la retransmisión? ¿Por qué no
hemos de cobrar los espectadores nuestra cuota de
protagonismo, cuando el público es parte del rito
televisado? Si por cada vez que en los días de
Feria de Sevilla me dijeron «ayer te vi en los
toros por la tele» Manolo Molés me hubiera dado
cuarenta duros, yo ahora no estaba aquí
escribiendo este artículo, sino que como me habría
hecho más rico que Samuel Flores, estaba de
millonetis en mi cortijazo del campo bravo,
cuidando el embarque de mi corrida para Madrid.