Cuando
entre los penitentes de una cofradía va uno
descalzo, encorvado bajo el peso de siete cruces
gordísimas unidas con cinta adhesiva de precinto,
los que lo ven pasar se preguntan:
-¿Qué habrá hecho
tan malo este tío para llevar tantas cruces como
penitencia?
Sevilla va como ese
penitente tan pecador y arrepentido. Cargada con
siete mil cruces. Y no puede hacer como los
penitentes arrepentidos... arrepentidos de su
promesa, cuando entran al mingitorio catedralicio.
Que dejan las siete cruces en la puerta, y al
salir, igualan el alivio de vejiga con el descanso
del hombro entumecido, pues cogen la primera
ligerita que haya dejado allí otro hermano que
ahora esté dentro evacuando, salen corriendo con
ella en busca de su tramo, y ahí te quedas,
Castañeda, con las siete cruces para ti solito,
verás cuando vuelvas del urinario y no halles tu
liviana carga, sino los siete maderos de la
leña...
Sevilla va a estar
el domingo como en los cofradieros urinarios
catedralicios, y tiene ocasión pintiparada para
pegarle el cambiazo a la cruz que le ha caído,
trocando estos siete castigos pegados con fixo que
tiene en su penitencial estación de la modernidad
catetísima por la liviana carga de siempre, la de
toda la vida, con políticos que hagan menos
disparates y derrochen menos nuestro dinero.
Este Ayuntamiento
que tenemos es una cruz con la que carga Sevilla.
En viendo las duquelas que están haciendo pasar a
la ciudad, la cantidad de tonterías, mamarrachos,
chuminadas, disparates, dislates y derroches que
están perpetrando contra Sevilla (los atascos, la
tardanza del Metro, las facturas falsas, el
chantaje de sesión continua de los eco-comunistas
socios cogobernantes, las setas de la Encarnación,
el tranvía, las catenarias de la Avenida, La
Pescadería, La Alfalfa, la Plaza del Pan, la
Puerta Jerez, el carril de las bicicletitas
dichosas), hay que preguntarse como quien ve pasar
al penitente de las siete cruces:
-¿Qué habrán hecho
los sevillanos tan malo para que Dios les haya
mandado el castigo de este alcalde?
El remate de los
tomates es el anunciado disparatón de los derribos
y las carísimas expropiaciones de la calle San
Fernando, para abrir tres puertas más a un Alcázar
que por los Jardines de Murillo tiene ya un par de
ellas que siempre están cerradas. En vez de
puertas nuevas, hijos míos, dadles uso a las que
existen.
-Es que éste quiere
ir ahora de Alcalde Palanqueta...
Y de alcalde Luca de
Tena. Durante años, en su etapa de ex alcalde, don
Eduardo Luca de Tena y Luca de Tena defendió su
idea de la calle San Fernando con dos verjas: la
de la Fábrica de Tabacos en una acera y en la
otra, derribando los edificios, una reja por la
que se vieran los jardines del Alcázar. Los
jardines, ojo, no la muralla falsa que hay tras
las casas. Que es de tiempos de Franco. El alcalde
quiere gastarse una millonada en expropiaciones y
piqueta para que admiremos una muralla que no es
de los moros, sino de Franco, a quien se la
levantaron para que no lo vieran pasear por el
Alcázar cuando venía a Sevilla. ¿Y para qué tres
puertas más? ¿No les basta la Puerta del León y la
puerta del Patio Banderas, y la de los Jardines de
Murillo, junto a Oriza?
¿Sabe usted quién
tiene que hablar de este descabelladísimo
proyecto? ¿Rafael Manzano, que se conoce el
Alcázar como nadie? No. Tiene que hablar Javier
Criado. Echo en falta en las listas del PA o del
PP a Javier Criado. Este Ayuntamiento y este
alcalde están de psiquiatra. El alcalde no es un
malvado, como ZP: es un loquito. El sillón de
alcalde lo ha vuelto medio majara y Criado lo
debería tumbar en su diván de psiquiatra. Lo del
alcalde, con un tratamiento adecuado, se cura. En
la iglesia de San Hermenegildo, las Cortes de la
calle de tal nombre declararon loco a Fernando VII.
En la calle San Fernando, el proyecto más
desquiciado entre las majaretadas que padecemos ha
declarado loquito peligroso al alcalde que más
disparates ha cometido. ¿Qué habrá hecho Sevilla
para merecer esto? Pues lo de siempre, tragar,
callarse, aguantarse y no ejercer la protesta más
democrática que hay: coger la papeleta con el
nombre de otro señor más cuerdo y menos derrochón,
y echarla el domingo en una urna.