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ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


El militante voto por correo

NI votar a la Unión del Pueblo Navarro en Estella, ni al PP en Marinaleda, ni a Izquierda Unida en el barrio de Salamanca o en Los Remedios. Ninguna de esas opciones, valientes, cívicas, de laureada electoral, tiene mérito. Hay un voto más valeroso aún: el voto por correo. El más militante y consciente que existe. Hay que tener muchas ganas de votar para hacerlo por correo. Es la forma más molesta de votar. Un voto por correo tiene más papeles que un coche. Su Mondeo tiene menos papeles que el voto por correo que su suegra de usted, censada todavía en el pueblo, porque no hay quien la empadrone en la capital por razones sentimentales. Su suegra, como ya dije, debe de tener una conciencia política y una voluntad de participación ejemplares para cumplir con la pejiguera del voto por correo.
Primero tiene usted que llevar a su suegra a Correos para solicitar el voto postal. En esta sociedad donde por teléfono o por internet pides cita para el ambulatorio, sacas un billete de avión, reservas una habitación de hotel, e incluso presentas la anual declaración de la renta, para votar por correo tienes que presentarte personalmente en la oficina, con el carné en la boca. Ponerte en una larga cola para recoger los impresos de solicitud. Rellenarlos allí, de pie, a la caraja, sin tener a quién preguntar qué hay que poner en cada casilla. Cumplimentada la solicitud de voto por correo, te tienes que poner en otra cola para entregarla. Más pérdida de tiempo. Y cuando te llega el turno, siempre tienes algo mal puesto. Siempre escuchas la bronca del funcionario:
-¡Tiene usted que poner la dirección aquí atrás en el remite!
Con todo eso, ¿ya has votado? ¡Qué va! Sólo has pedido a la Junta Electoral el certificado de tu inscripción en el censo y las papeletas de tu circunscripción. Que te las tienen que mandar a la dirección que hayas indicado. Y que tienes que recibir tú personalmente. El portero de tu casa te puede firmar el «recibí» del burofax de quien te reclama el pago de una deuda o el certificado con el que Hacienda te cita para hacerte una inspección. Todo. Menos la recepción de tu certificado del censo y tu juego de papeletas electorales. Si no estás en tu casa cuando llega el cartero (o sea, a la hora en que toda la España laboral está en el currelo) y no le enseñas tu DNI para recoger los papeles de votar, te dejara un aviso para que vayas a por ellos a la oficina de Correos. Otro paseíto por la muralla real de la burocracia. Otra cola. Bueno, el paseíto tienes que dártelo de todas formas. Aunque estés en casa y recibas tú los documentos y las papeletas, para mandar camino de la urna de tu colegio la que has elegido, dentro de su sobre, tienes que ir a certificarla en Correos, hala, otra vez a Correos.
¿Es así en toda Europa o este papeleo tan engorroso es un hecho diferencial de la burocracia española? El voto por correo está como penalizado. Hay que tener mucha afición, ser un gran partidario de la opción que se vota, para ir dos veces a Correos... y que te multen por dos veces el coche que dejaste mal aparcado porque creías que el trámite se resolvía en un instante, y no contabas con esas colas de caracolillo y con esos impresos donde hay que escribir más que Arturo Pérez Reverte.
Cuando truenan urnas, todos se acuerdan de Santa Bárbara y piden la reforma de ley electoral para que un partido de chichinabo con una mierda de votos no resuelva el empate técnico para elegir alcalde o presidente de autonomía. Piden la muy civilizada segunda vuelta electoral, que nos libraría del chantaje de los separatistas, que con 100.000 en toda España tienen a la nación en vilo. Pero nunca se reforma ley electoral alguna, porque a todos los frailes del convento les interesa que siga el albondigón, caiga quien caiga. Así que ni te cuento lo inútil que es pedir la simplificación del voto por correo. Tal como está, es el más militante, consciente, esforzado y trabajado que hay. Por lo cual a todos los que han votado por correo les deseo fervientemente que hoy ganen los suyos. El voto para el que lo trabaja. Y por correo hay que trabajarlo tela. ¡Qué trabajera!

 

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