NI
votar a la Unión del Pueblo Navarro en Estella,
ni al PP en Marinaleda, ni a Izquierda Unida en
el barrio de Salamanca o en Los Remedios.
Ninguna de esas opciones, valientes, cívicas, de
laureada electoral, tiene mérito. Hay un voto
más valeroso aún: el voto por correo. El más
militante y consciente que existe. Hay que tener
muchas ganas de votar para hacerlo por correo.
Es la forma más molesta de votar. Un voto por
correo tiene más papeles que un coche. Su Mondeo
tiene menos papeles que el voto por correo que
su suegra de usted, censada todavía en el
pueblo, porque no hay quien la empadrone en la
capital por razones sentimentales. Su suegra,
como ya dije, debe de tener una conciencia
política y una voluntad de participación
ejemplares para cumplir con la pejiguera del
voto por correo.
Primero tiene
usted que llevar a su suegra a Correos para
solicitar el voto postal. En esta sociedad donde
por teléfono o por internet pides cita para el
ambulatorio, sacas un billete de avión, reservas
una habitación de hotel, e incluso presentas la
anual declaración de la renta, para votar por
correo tienes que presentarte personalmente en
la oficina, con el carné en la boca. Ponerte en
una larga cola para recoger los impresos de
solicitud. Rellenarlos allí, de pie, a la
caraja, sin tener a quién preguntar qué hay que
poner en cada casilla. Cumplimentada la
solicitud de voto por correo, te tienes que
poner en otra cola para entregarla. Más pérdida
de tiempo. Y cuando te llega el turno, siempre
tienes algo mal puesto. Siempre escuchas la
bronca del funcionario:
-¡Tiene usted que
poner la dirección aquí atrás en el remite!
Con todo eso, ¿ya
has votado? ¡Qué va! Sólo has pedido a la Junta
Electoral el certificado de tu inscripción en el
censo y las papeletas de tu circunscripción. Que
te las tienen que mandar a la dirección que
hayas indicado. Y que tienes que recibir tú
personalmente. El portero de tu casa te puede
firmar el «recibí» del burofax de quien te
reclama el pago de una deuda o el certificado
con el que Hacienda te cita para hacerte una
inspección. Todo. Menos la recepción de tu
certificado del censo y tu juego de papeletas
electorales. Si no estás en tu casa cuando llega
el cartero (o sea, a la hora en que toda la
España laboral está en el currelo) y no le
enseñas tu DNI para recoger los papeles de
votar, te dejara un aviso para que vayas a por
ellos a la oficina de Correos. Otro paseíto por
la muralla real de la burocracia. Otra cola.
Bueno, el paseíto tienes que dártelo de todas
formas. Aunque estés en casa y recibas tú los
documentos y las papeletas, para mandar camino
de la urna de tu colegio la que has elegido,
dentro de su sobre, tienes que ir a certificarla
en Correos, hala, otra vez a Correos.
¿Es así en toda
Europa o este papeleo tan engorroso es un hecho
diferencial de la burocracia española? El voto
por correo está como penalizado. Hay que tener
mucha afición, ser un gran partidario de la
opción que se vota, para ir dos veces a
Correos... y que te multen por dos veces el
coche que dejaste mal aparcado porque creías que
el trámite se resolvía en un instante, y no
contabas con esas colas de caracolillo y con
esos impresos donde hay que escribir más que
Arturo Pérez Reverte.
Cuando truenan
urnas, todos se acuerdan de Santa Bárbara y
piden la reforma de ley electoral para que un
partido de chichinabo con una mierda de votos no
resuelva el empate técnico para elegir alcalde o
presidente de autonomía. Piden la muy civilizada
segunda vuelta electoral, que nos libraría del
chantaje de los separatistas, que con 100.000 en
toda España tienen a la nación en vilo. Pero
nunca se reforma ley electoral alguna, porque a
todos los frailes del convento les interesa que
siga el albondigón, caiga quien caiga. Así que
ni te cuento lo inútil que es pedir la
simplificación del voto por correo. Tal como
está, es el más militante, consciente, esforzado
y trabajado que hay. Por lo cual a todos los que
han votado por correo les deseo fervientemente
que hoy ganen los suyos. El voto para el que lo
trabaja. Y por correo hay que trabajarlo tela.
¡Qué trabajera!