EL mejor libro
de texto de Educación para la
Ciudadanía no es, como afirman, el
del admirado José Antonio Marina, mi
viejo compañero de negra beca de
colegial del Aquinate en el
madrileño Mayor de la Orden de
Predicadores. El mejor es el que
podría haber escrito don Enrique
Múgica Herzog. Nada más que ha
escrito una sola frase, un concepto,
pero nos ha dejado con la miel en
los labios. El Defensor del Pueblo
(y de la Capital del Toreo en su
pregón), que es buen aficionado, no
sé si tomista de José Tomás o
aristotélico de Antonio Ordóñez,
entenderá mejor que nadie la
metáfora si digo que su única frase
sobre Educación para la Ciudadana
nos ha dejado como ese novillerito
recién ascendido de becerrista que
vamos a ver porque nos han hablado
muy bien de él, que coge el capote,
abre el compás, se espatarra
cargando la suerte y echando la pata
alante, le pega al utrero un
lambreazo de los que hacen que nos
acordemos de Curro Puya y de Antonio
Gallardo, y cuando va a pegarle el
segundo, ¡plas!, el torete se lo
echa a los lomos, le pega la corná y
nos quedamos sin verlo...
El lambreazo de un
solo lance (pero qué lambreazo) que
le ha pegado Enrique Múgica al
cinqueño en puntas de Educación para
Ciudadanía ha sido en la plaza de El
Escorial. En conferencia para los
cursos de verano, Múgica se ha
atrevido a decir que el primer paso
para acabar con la violencia en la
escuela es restablecer el respeto a
los maestros, algo que debe comenzar
por erradicar el tuteo y por la
obligación de que los alumnos les
hablen de usted, como Dios manda.
Ole, ole y ole. Sí, ya sé que esto
es abelmontado en Sarkozy. Es justo
lo que ha ordenado el presidente
francés nada más que ha llegado y ha
parado, templado y mandado: ea, se
acabó el compadreo y el tuteo, aquí
a los maestros se les va a volver a
hablar de usted en las escuelas.
Yo no solamente
suscribo la tesis de Enrique Múgica,
sino que me parece que se ha quedado
corto. Cortísimo. ¿Por qué sólo en
las escuelas? ¿Por qué hemos de
reducir a las escuelas la
restauración del supremo respeto que
representa el usted? ¿Por qué no
volvemos al usted obligatorio para
los dependientes que despachan en
los comercios, para las operadoras
que contestan al teléfono, para el
personal sanitario que nos atiende
en el hospital o en el ambulatorio?
El usted es el cultísimo
lubrificante de la cortesía, que
engrasa y atempera las relaciones
sociales sobre el respeto mutuo. No
por hablar a alguien de usted se le
tiene menos afecto. En la vieja
institución española del
compadrazgo, por mucha confianza que
se tuvieran, el padre de un
bautizado rompía inmediatamente a
hablarle de usted al padrino del
niño en cuanto lo sacaba de pila.
¿Se tenían menos afecto los
compadres usteándose que tuteándose?
De ninguna manera. Hasta a los
propios padres se les hablaba de
usted en la vieja Andalucía. Mi
padre, nacido en 1913 en El Viso del
Alcor, le habló de usted a mi abuelo
Antonio y a mi abuela Josefa hasta
que murieron. Y como todos los de su
generación, tuvo que padecer de
mayor que le hablaran con el
lamentable tuteo del compadreo
falsamente afectivo, igualitario y
demagógico.
El notario don Pablo
Gutiérrez-Alviz ha escrito con
muchísima gracia, y hasta ha llevado
a título de un libro que tuve el
honor de prologarle, cómo su padre,
catedrático de Derecho y maestro de
juristas, que era el respetabilísimo
Don Faustino para toda Sevilla y
para la España académica, cuando
cayó enfermo y fue a que le hicieran
unas pruebas médicas, tuvo que
aguantar que una chica que podía ser
su nieta, tras mirar su nombre en la
ficha, le dijera: «Faustino, cariño,
quítate la corbata». Era una falta
de respeto que rayaba con las
proposiciones deshonestas. Tutear a
los Don Faustinos es simplemente una
falta de Educación, ahora que tanto
presumimos de ella con mayúscula y,
encima, para la Ciudadanía. La
ocasión es de oro, y hay que
aprovecharla como Múgica. Si no lo
rescatamos en la enseñanza, en una
generación el usted será fórmula tan
arcaica como el vuesa merced. Nos
irían mejor las cosas si en la
Educación para la Ciudadanía dichosa
nos dejáramos de tanto igualitarismo
demagógico y de dar como normales a
las familias raritas, y enseñaran
sencillamente Educación a secas, que
cada día hace más falta. Y «con el
usted por delante, que si no, te
arrollan», como decía el viejo
Marqués de Ruchena.