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ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Carmen Calvo con abanico cuadrado

RECORRE España una ola de inmensos platos cuadrados con una ración así de chica, peligrosísima epidemia detectada en los restaurantes de la nueva cocina y contra la que no hay vacuna posible. Pero como las desgracias nunca vienen solas, se aproxima otra ola de modernidad y progreso mucho más increíble: la de los abanicos cuadrados. Tal como suena.
-¿Pero cómo puede llegar a ser cuadrado un abanico?
-Pues de la misma forma que Zapatero es presidente del Gobierno: degenerando.
A la cuadratura del círculo no hemos llegado todavía, que todo se andará, pero la cuadratura del castizo, típico, racial y españolísimo abanico sí se ha conseguido. Fue presentada al mundo por Carmen Calvo, en Barcelona, apadrinada por Woody Allen. Woody Allen no vino para hablar de su película, no: vino para presentar el abanico cuadrado de Carmen Calvo. Igual que ya ha pasado a la Historia Universal el ingenio agropecuario gaditano de Agustín González «El Chimenea», inventor del partebabetas, del pelachícharos, del ablandacoles y de las albóndigas cuadradas completamente del todo, de aquí en adelante la Galería de la Fama de los grandes avances de la Humanidad ha de reservar lugar de honor para la ministra de Cultura, Carmen Calvo Poyato. ¿Por cómo ha conseguido mosquear con la Ley del Cine hasta a los acomodadores que ya no hay en los multicines y a los que venden las palomitas? No, padre. ¿Por cómo ha chaqueteado con respecto a la subasta del «Santa Rufina» de Velázquez, que cuando era consejera de Cultura en Andalucía decía que el Gobierno tenía que comprarlo, y ahora que la ministra de Cultura en el Gobierno es ella dice que ese cuadro no vale un duro? Tampoco. Carmen Calvo se ha buscado su lugar en la Historia no por encabezar con gafas de ver cine en relieve (y con Zerolo puesto) una manifestación cultural tan importante como el Europride, sino por algo mucho más ingenioso, innovador y fundamental para la cultura española: por ser la primera que se ha echado aire con un abanico cuadrado. Sí, señor, eso se llama proteger y fomentar el diseño. ¡Barra libre para los diseñadores! Hasta que consigamos que nada sea lo que parece y nada parezca lo que es, que en eso consiste el diseño, no hemos de parar.
El abanico de Carmen la Cigarrera, el que celaba los ojos negros de la española apasionada, el de Lola Flores, el abanico glorioso de Concha Piquer están desfasados. Son carcas y reaccionarios, pues hablan el lenguaje del abanico, que es el lenguaje del amor heterosexual, una antigüedad. Llevemos la modernidad y el progreso al abanico, y hagámoslo cuadrado. ¿Por qué sus varillas y su país han de describir la perfecta media circunferencia como de plaza de toros, de luna llena? Nada, nada: según la Alianza de Abanicaciones y la Educación para la Abaniquería, de aquí en adelante los abanicos han de ser cuadrados, puro diseño. ¿No hemos inventado la rendición del Estado en forma de proceso de paz? ¿No hemos convertido en una ONG a la Gloriosa y Fiel Infantería? ¿No salimos a seis soldados muertos al mes en las llamadas misiones de paz? ¿No les llamamos atentados a las emboscadas de guerra? ¿Por qué entonces, a ver, que me lo expliquen, los abanicos han de ser redondos? No hay nada más facha que un abanico redondo. Tenemos que poner nuestra huella en todo, hala, que se note que aquí quienes mandamos somos nosotros. Hemos empezado por el abanico, pero verás tú cuando lleguemos a la peina y a la bata de cola, cómo vamos a poner a La Pantoja. Y de la guitarra, ni te cuento. ¿Por qué ha de tener la guitarra silueta de mujer, como dijo el otro al dar un concierto ante un cónclave de feministas profesionales y se armó la del tigre? Apliquemos la paridad de la cuota a la guitarra española; la mitad de las guitarras, según cuota, deben tener silueta de mujer, con talle y caderas; pero la otra mitad deben recordar a los tíos macizos.
Esta es la teoría, supongo, del abanico de Lady Calvo. El de Lady Windermere, a la basura: Oscar Wilde era tan reaccionario que los imaginaba redondos. Se trata de que nada sea lo que parece. Carmen Calvo mismo, sin ir más lejos, con abanico cuadrado o con abanico redondo, parece cualquier cosa menos una ministra de Cultura.

 

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