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El Recuadro   

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ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


El Beni de Roma

No me imaginaba yo que un asunto tan aparentemente minoritario como la misa en latín fuera a despertar tanto interés entre los lectores.
-Es que sus lectores somos tan listos que sabemos latín, Burgos.
Ni lo dudaba. El latín es sinónimo de inteligencia. De saber. De tener capacidad de aprender. Hasta para los animales. Es voz común entre los aficionados que los toros de Miura saben latín. Que un toro sepa latín significa que aprende al momento lo que se deja atrás cuando pasa por la muleta del matador. Latín que también sabe y conoce una querida vieja dama: la Giralda. El símbolo de Sevilla sabe latín, como proclama en sus cuatro caras. Inscripción latina sevillanísima por lo que tiene de soberbia de la humildad.
-Esto de la soberbia de la humildad me suena a un franciscano que vive por allí cerca...
Pues no, debe sonarle a usted a Miguel de Mañara, que mandó poner en su tumba como epitafio que allí yacía el más pecador y peor de los hombres: soberbia de la humildad. Y tampoco era para ponerse así. Antes de convertirse, Mañara era un pinta como tantos de la ciudad, un sinvergonzón del montón. Señoritos ha habido después en Sevilla que le han echado la pata. Mañara no se jugó a las cartas ningún cortijo, ni dilapidó ninguna fortuna yendo de piculinas, y en cambio ésos que tiene usted ahora mismo en la memoria, que iban a los cabarés en pijama...
La Giralda con su latín, como Mañara, peca de la sevillanísima soberbia de la humildad: presume de modesta. Proclama en latín la Giralda que la Torre Más Resistente es el nombre de Dios. Es una forma como otra cualquiera de echarse flores. La Giralda dijo lo de Turris Fortissima en alabanza de Dios y desprecio de sí misma, pero se le quedó a ella como un mote. ¡Toma, por presumir falsamente de humilde!
Y los mismos lectores que han estado de acuerdo en mi petición a las cofradías para que conserven el tesoro de la misa en latín me escriben diciendo que lea también lo que ha dicho el Papa acerca de la que popularmente se llamaba «la misa de espaldas». Que los curas, si hay un grupo de fieles que lo pide (por ejemplo, una cofradía con paladar), pueden conseguir que el cura les diga la misa como antes del Concilio Vaticano II: mirando hacia el altar, hacia Dios, en vez de coram populo. Es lo que pega con el arranque por seguiriyas latinas del Misal Latino: «Introibo ad altarem Dei». Al altar de Dios, que es el impresionante retablo barroco que está allí, no mirando al tendido de los fieles, desde un ara de altar que es como una mesa de campimplaya a lo divino, de mármol porcelanoso, protestantoide y cursilona. Esas mesas de altar postconciliares que destrozaron los más hermosos presbiterios del arte andaluz.
Tengo un amigo que antes que Benedicto XVI hiciera esta apuesta por la misa en latín, la defendía también con el cura de espaldas por espíritu de cuerpo de la Iglesia:
-Que el cura esté de cara a los fieles en la misa es un brindis al sol, demagogia pura. Los curas quieren aparecer así como más cercanos a su parroquia. Un engaño. Mira, cuando el cura decía la misa de espaldas a los fieles, estaba dando la cara a Dios. Dando la cara en todos los sentidos de la palabra: dando la cara por sus fieles, pidiéndole a Dios por esa cursilería que ahora llaman «la asamblea cristiana». El cura encabezaba la manifestación de los fieles, con el latín como pancarta. Pero, hijo, con el cura vuelto hacia el público, ¿te has fijado que es nuestro enemigo? El cura, de espaldas, estaba de nuestra parte, era el primero de los nuestros ante Dios. Ahora, no: ahora está de parte de Dios y frente a nosotros. Con la misa en latín y de espaldas, el cura estaba de nuestro lado de la mesa; el otro lado era Dios, el arcano mágico del latín, el misterio de la liturgia. Ahora, mirando al tendido, el cura está al otro lado de la mesa de negociación: frente a nosotros, por mucha demagogia que le echen. Así que a ver si en mi hermandad me hacen caso de una vez y volvemos a la misa en latín y con el cura de espaldas y con casulla de guitarra y no de Vittorio y Luchino, ahora que lo ha dicho El Beni de Roma...
-¿El Beni de Roma?
-Es que si le quitamos el latín y el misterio sublime de la liturgia, el Papa, en lengua vernácula, no es Benedicto, sino Benito. Vamos, El Beni de Roma. Como el de Cai, pero de Roma.

 

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