Como a los vecinos se
les suele pedir sal,
aceite e incluso el
asiento a la lumbre que
establecían para los
soldados las Reales
Ordenanzas de Carlos III,
solicito a Ignacio
Camacho, mi dilecto
paredaño de página, que me
preste la cita de su
brillante artículo sobre
la Corona Británica que la
fotógrafo americana Annie
Leibovitz confundió con
una pamela de las carreras
de Ascot, pidiendo a la
Reina Isabel II de
Inglaterra que, para que
saliera menos formal en el
retrato, se quitase la que
creía prenda de cabeza y
no símbolo mágico de la
Monarquía. Y sigo pidiendo
a mi querido vecino la sal
de su redondo texto, con
lo que Isabel II respondió
a la «democrática»
retratista: «¿Menos
formal? Qué se cree usted
que es esto?».
En mal sitio fue Annie
Leibovitz a poner la era.
Eligió nada menos que un
pueblo como el británico
que tiene a orgullo sus
tradiciones monárquicas y
que no se avergüenza de
ellas. Donde sigue
imperando la pompa y
circunstancia de los
símbolos mágicos del poder
arbitral de la Corona, sin
rebajas ni demagógicas y
oportunistas puestas al
día. La fotógrafa
americana hubiera sido
feliz el domingo en los
jardines de ese chalé
buenecito de los
alrededores de Puerta de
Hierro al que, en la
España del Palacio de
Oriente, en la España de
Aranjuez, de La Granja o
de los Reales Alcázares de
Sevilla, le pusieron un
día el mote de «Palacio de
La Zarzuela» y le gente
tragó con el apodo.
Precisamente por todo
aquello que la Reina de
Inglaterra odia y los
monárquicos por razones
estéticas lamentamos: por
la demagogia de que un Rey
que viva en un chalecito
es más «democrático» que
un Monarca que resida en
el Palacio Real de su
augusto abuelo. Annie
Leibovitz hubiera sido
feliz con esta Corona de
diseño que tenemos en
España, cómoda, facilona,
que paradójicamente es la
que aparentemente encanta
al personal. Personal que
no conoce otra cosa y al
que se le ha hecho creer
que todo el fasto
histórico y cultural de la
Monarquía es facha, carca
y reaccionario.
!La que se perdió el
domingo la fotógrafa
americana! Era bautizada
una Infanta de España, la
segunda hija del heredero
de la Corona más antigua y
con más tradiciones que
tuvieron nunca ni la Corte
de San Jaime ni la Reina
de Inglaterra. De haber
venido a retratar el
evento, probablemente
Annie se habría dirigido a
la Catedral de la
Almudena, lo lógico para
un bautizo regio. Una
señora de la limpieza le
habría dicho que allí no
había bautizo alguno. «Ah,
entonces será en la
capilla del Palacio Real»,
pensaría. Y la fotógrafa
se habría dirigido
entonces al viejo palacio
de Alfonso XII y de la
mejor tradición populista
de la Monarquía. Donde el
que vende los billetes
para la visita turística
le diría que si bien no
había bautizo alguno en la
Capilla de Palacio,
pagando su entrada podía
visitarla si le apetecía.
Porque el bautizo regio de
Su Alteza Real Doña Sofía
de Borbón y Ortiz (q.D.g.),
al contrario de la corona
de Isabel II, no solamente
no era menos formal: era
absolutamente nada formal.
En la España de una
histórica Monarquía
constitucional consolidada
y garante de las
libertades, el bautizo
regio, como marca la tabla
de la cuesta abajo, no era
solemne administración del
sacramento en catedral o
en capilla, sino una
especie de picnic en unos
jardines de un pedazo de
chalé, pero chalé. Picnic
bautismal, pero picnic.
Trajeron el agua del
Jordán, ¿Para qué,
monseñor Rouco? Si el
ambiente era todo lo más
de agua bendita de
Lanjarón, no de Jordán ni
de solemnidades, todo de
trapillo. A la fotógrafa
Annie Leibovitz le hubiera
encantado ver a su
Majestad la Reina en
pantalones. Y encima
haciéndole la competencia,
retratando a la nieta
cuando la sacaban de pila.
Pila de Santo Domingo de
Silos que tampoco sé qué
pintaba allí: si lo que
pegaba en el picnic
bautismal era una pila de
Leroy Merlin. ¡Qué picnic
más democrático, que
Familia más normalita!
Pues esto es lo que hay.
Así creen que la Corona es
más popular y, desde
luego, más «democrática».
Incluso las augustas
personas, si leyeran estos
argumentos históricos en
defensa de la Monarquía
por razones estéticas
frente a este lamentable y
peligroso igualitarismo,
nos dirían: «¿Qué te crees
tú que es esto?
¿Inglaterra acaso?». ¡Ay,
Annie Leibovitz, la que se
perdió usted! Como eran en
Sevilla los bautizos de
azotea, pero en plan
jardines.