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ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Elogio del dondiego de noche

¿Y cómo voy a cometer la ordinariez de escribir de política, si acaban de abrir, una noche más, los dondiegos?
Hasta en las flores hay clases. Hay flores pobretonas, de las que nadie se ocupa, y otras ricas y poderosas, que parece que tuvieran hasta jefe de publicidad. Cada primavera de incienso y tambores, ¿quién le lleva la campaña al azahar de los naranjos? Y a las magnolias, ¿quién les asesora en su imagen desde antiguo, desde el «Ocnos» de Luis Cernuda? Del prestigio literario de las jacarandas me acuso, padre Hércules, arrodillado ante tus columnas: ponme una penitencia liviana por haber unido sus moradas flores al sentimiento de la honda prima-vera de mi tierra.
Pero nadie hasta ahora le ha dedicado no digo ya una línea de elogio literario, sino ni una mirada o un recuerdo en la memoria de la infancia a una flor de estas noches agosteñas, de cervezones en los veladores, de horizontes de grillos y de recuerdos de la nevería en los ya imposibles cines de verano. Es el dondiego de noche. El humilde dondiego, más veraniego que una chaqueta de mil rayas, que un puestecillo de higos chumbos o que un dornillo de gazpacho. Humildes y prolíficas flores, con las que en el colegio nos explicaban las leyes de Mendel según venían en el libro de Ciencias Naturales de Rafael Alvarado. De sus colores elementales, blanco, rosa, amarillo, rojo, podían salir las más inesperadas combinaciones y mutaciones, en exacto cumplimiento de las leyes de la herencia genética que promulgó Mendel. Ese cuaderno particional es la única riqueza que recibieron en herencia los humildes, abandonados, despreciados dondiegos, que en sus pétalos encierran la hermosa metáfora de la brevedad del verano. Flor modesta con la que nadie hizo nunca un ramo para regalarlo a un amor, el dondiego sabe cuándo tiene que llegar y cuándo irse: de San Pedro a San Miguel. Su esplendor dura lo que los antiguos veraneos de criadas con delantales de algodón, frías albercas de lejanos cortijos al pie de un nogal, y cestas de mimbre para la merienda de los niños en la jira campestre. Por humilde, el dondiego es la flor menos jartible que hay. Se abre con el atardecer y se cierra con las claras del día. Como una discoteca elegante, como un refinado bar de copas. El dondiego cobra plus de nocturnidad en la breve belleza de sus flores abiertas, que no tienen olor, sólo la fragancia de sus colores.
Y como la oscura golondrina de la copla, con lo que quieran llamarle se tiene que conformar. El dondiego tiene un nombre antiguo precioso, como de viejo nomenclator del callejero: Arrebolera. Para otros es Galán de Noche, o Don Pedro, o Periquito. Casi todos nombres machos y bien machos. El dondiego es un macho muy macho que vino de México. Concretamente desde Jalapa, al ladito mismo de Veracruz, de donde partían los galeones de la flota de la Nueva España. En su nombre científico, el dondiego nos enseña su pasaporte novohispano: «Mirabilis Jalapa». Podían haber roto en llamarlo Jalapeño, con un nombre como de carta de restaurante tex-mex. Pero le encontraron otro más lírico: Jazmín de México. ¿Seguro que de México? ¿No se hizo acaso españolísimo, como todas las flores que aterrizaron por aquí, en cuanto un fraile, un espadón o un escribano bajaron del galeón la maceta que lo traía?
Seguís abiertos en mi memoria, efímeros dondiegos, galanes de la noche, con vuestros gritos de color junto a la cal de las tapias. No os pondréis colorados y os cerraréis, ruborizados, como si llegaran las claras del día, si revelo en vuestro elogio y para vuestro prestigio lírico el máximo secreto poético del verano: cuando llega agosto y se pone el sol de los días cada vez más cortos, cada dondiego tiene un amor imposible con una dama de noche. La altiva dama de noche, señorona perfumada, lo desprecia porque no tiene la fortuna del azahar o del jazmín. Y el pobre dondiego, con las claras del día, ojeroso, no se cierra como dicen: se esconde. Para que nadie vea llorar a un hombre por un amor desgraciado.
¿Cómo voy a escribir de política, si acaban de abrir, una noche más, los dondiegos?

 

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