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El Recuadro   

 El fútbol será sin goles

ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Postal nublada de septiembre

EN las playas de la Bahía ya ha vaciado la marea del fin del verano. El almanaque viene con melancolía y el día con nublados. ¿Quién no siente tristeza viendo las primeras mochilas de los niños camino del colegio? Ya no habrá, ay, más noches de luna y jazmín.
Las uvas de septiembre son sus dos uves en el campo andaluz: Vendimia y Verdeo. Preñada manzanilla y verdial, doradas uvas de racimos como de concurso, que cuando las cortan en la viña echan en falta la belleza antigua de las canastas que llevaban al hombro vendimiadores de gorrilla de visera y sudada camisa de rayas. Y por Moguer y Palos, por Villalba y La Palma, con el pañuelo colgándole en la nuca debajo de esa gorrilla, preservándole el cogote del sol alto, como quepis franceses de la Legión Extranjera en versión del Condado de Niebla, de las tierras del Duque de Medina Sidonia, el del atún y la miraíta a las almadrabas. Las doradas uvas recién cortadas sangran ahora su azucarada granazón sobre cajones de plástico, qué horror, no conocen serón ni mula viñera, ni carro, ni línea alguna del largo poema en prosa de Muñoz Rojas. ¡Qué cosas hay que ver en el campo!
Y desde Los Puertos me llega la belleza de la escritura de la despedida del verano de un caballero andaluz. La literatura que se escribe a caballo es la mejor que nunca se hizo en Andalucía. Y es como si me escribieran Manuel Halcón, o don Alvaro Domecq, o Luis Ramos Paúl, o Jesús de las Cuevas, o Mario López, o Antonio León Manjón, todos los que se fueron y que amaban la belleza poética de esta tierra nuestra con la hermosura de su palabra escrita, que la leías y hasta te sonaban las chicharras del campo y los cascabeles de las mulas de tiro, exprimiéndole el jugo a las palabras como la pisa de la uva. Dice así este caballero de Jerez, en una nublada postal sepia de Sanlúcar que bendita la hora en que escribí sobre la reescritura laica del «que santa Gloria goce», porque le ha dado pie para ponerme esta miniatura, este esmalte andaluz otoñal y dorado:
«¿Qué tal el verano? Yo estoy aún en El Buzo, ya sabes, hay diferencias entre Las Redes y esto. La tontería no tiene límites. Pero donde está la Solera es en Sanlúcar. A pesar de la invasión de los políticos feos y horteras, Sanlúcar, decadente, con su olor a nardos, a Montpensier, a Botánico, al sudor de los caballos de carreras en la bajamar de Las Piletas, Sanlúcar es aún donde queda algo auténtico refugiado en algunos jardines con olor a damas de noche, a jazmines y a las soleras de las bodegas. Pero Sanlúcar se ha quedado huérfana. Ya se han ido todos los hijos de los Condes de Lebrija, Toto y Regla, los últimos. Y Juan María Maestre, Tío Pati, el jinete más elegante y el único que está retratado en la galería de antiguos tenientes de la Real Maestranza con uniforme de Caballería en campaña; está mal y sufre su final soñando centauros frente a Capitanía. Mi suegra es la única superviviente de aquella época de institutrices, gasógenos, garitas de mimbre en la playa Victoria de Cádiz, moda a lo Gran Gatsby, que mora aún plagada de recuerdos en la vieja casona que perteneció al Señorío de los Valdespino, luego convento y al final morada de don Pedro Armero, Conde de Bustillo. Qué bella es la melancolía, ¿verdad, Antonio? Y Toto León soñando con Rocíos infinitos en el cementerio de los Capuchinos, junto a los restos de una muchacha francesa que trajeron los Montpensier como nany de infantitos rubios. Pero, discúlpame el entretenimiento, te escribo a raíz de lo que has puesto sobre el sentimiento religioso de los futbolistas ante la muerte de Antonio Puerta, para comentarte que los epitafios más bonitos son los que se leen en las columnas mortuorias romanas de nuestra Bética, de esa Roma de la que decía Toto León que sus últimas estribaciones llegaban hasta Sanlúcar: «Sit tibi terra levis» (S.T.T.L.). Tú que eres hombre culto y gaditano, los habrás visto en las piedras que hay en los museos, como por ejemplo el de la Plaza de Mina. Qué hermosos los epitafios.»
Casi tan hermosos, amigo caballero maestrante, como la lírica postal de Sanlúcar que me regalas en este nublado día ya septembrinamente tristón de vendimia y verdeo...

 

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