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El Recuadro   

 El fútbol será sin goles

ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


V.E.R.D.E.

CUANDO llegan las corridas que recuerdan la vieja Feria de San Miguel con sus tratos en duros y en reales de arrobas de ovejas, libras de cochinos y la edad en la boca de los potros, la plaza de toros de Sevilla tiene una dorada luz de campo en septiembre, de verdeo y vendimia. No es la cegadora claridad del abril feriado de naranjos en flor y buganvillas chorreando malvas por la cal de las tapias, cuando suenan desde la calle cascabeles camperos de los tiros de mulas. Es una luz tenue, velada, como de sepia de grabado antiguo o de planos colores de litografía de Santigosa.
Bajo esa luz se obró el prodigio la otra tarde, en la segunda de Feria de San Miguel. La plaza tenía esa luz tenue del presentido otoño campero. Curro Díaz toreaba a su segundo, cuarto de la tarde, «Barbudo» de nombre, número 60, con 510 kilos, un negro mulato de Alcurrucén. Usaré las palabras de Zabala de la Serna para describir a Curro Díaz en el albero: «Cómo disfrutamos todos. Torea con gusto, el mentón en la pechera y el aroma en los vuelos. Los fogonazos de trincherillas, trincherazos, ayudados por bajo y cambios de mano se plasmaron en la retina de la memoria. Torería y buen hacer.» Usaré mis propias palabras para continuar diciendo que esta letra tuvo su música. Música, maestro Tejera que estás en los cielos. Estaba Curro Díaz cruzándose con «Barbudo» cuando, repeluco del alma, escalofrío de la belleza, comenzó a sonar «Suspiros de España» desde la grada del 9. El pasodoble de Antonio Álvarez Alonso con más de cien años encima que sigue siendo emocionante bandera sonora de España. El que conmovió a Concha Piquer cuando en Nueva York, una Nochebuena de la Ley Seca, preparó una cena para invitar a sus paisanos y un gramófono sonó. Como en El Arenal sonaba el gramófono de la memoria de España. El pasodoble que, sin tener que irnos a Nueva York, le hizo decir a Albert Boadella: «No me duelen prendas al confesar que me emociona más «Suspiros de España» que una sinfonía de Mozart. No creo que esto deba ser considerado simple manifestación de españolismo, de la misma manera que los amantes de la Quinta Sinfonía de Beethoven son todos germanófilos. En una época en la que parte del país quiere cribar la complejidad mestiza para reencontrar la nostálgica homogeneidad tribal, no puedo dejar de evocar a menudo la emoción de aquellos instantes.»
Sonaba «Suspiros de España» y bajo aquella luz otoñal había dejado de oler a campo, a albero regado, a vendimia, a agua de búcaro, a humo de veguero, a almendras garrapiñadas. Olía a España. Olía a Patria. Sólo nos dimos cuenta del silencio con que estábamos escuchando a Curro Díaz y viendo «Suspiros de España», en juanramoniana sinestesia de los malvas del atardecer, cuando el golpe de bombo puso fin al pasodoble y sonó desde el tendido una voz potente y clara:
-¡Viva el Rey de España!
La voz, subrayada por la mayor ovación de la tarde, había dicho lo que todos sentimos en la emoción escuchando el repeluco de un pasodoble hecho bandera, de una bandera hecha pasodoble. ¿De quién fue el viva al Rey? Narilargo y Rascarrabia, los duendes de Sevilla, vinieron a decírmelo al Arenal desde la muralla macarena donde su olvido habita. La que gritó fue la voz de la Historia de España. Cuando muchas cosas están en peligro, suena ese grito: «¡Viva el Rey de España!». En el que nunca se sabe en qué palabra se pone más corazón, si en la afirmación de España, si en la esperanza en su Rey. Bajo la luz velada del otoño, en mi barrio del Arenal, la otra tarde se hizo voz de orgullo de la Patria el viejo grito de la color verde, de los trigos en su nacencia, del agua en el hondo frescor de las albercas del Alcázar: V.E.R.D.E., acrónimo de «Viva El Rey De España».
Como en aquellos tiempos tricolores en que la esperanza de que España siguiera siéndolo estaba puesta en el V.E.R.D.E., ojalá en esta nación de lazos rojos, lazos azules y lazos negros volvamos a sacar las antiguas cintitas verdes de las solapas que sobre el pecho de los españoles con su color gritaban el V.E.R.D.E. de «¡Viva El Rey De España!». La dorada luz de otoño de la Feria de San Miguel, con la voz del tendido, se hizo V.E.R.D.E. la otra tarde. Ojalá se hagan también V.E.R.D.E. de cintitas de homenaje popular al Rey todos los suspiros, ay, de España.

 

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