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El Recuadro   

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ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Un tal Cecilio de Triana

Tantas calles de nuevo trazado se están abriendo, que nos van a faltar sevillanos ilustres para ponerles nombre. Ilustres o no tanto. Hay muchos sevillanos vivos (y tan vivos) que se buscan unos amiguetes para que con toda la cara recojan firmas del personal para pedir al alcalde que le pongan una calle: olé ahí, a ese tío que va a ahí. Paso por algunas esquinas y veo algunos nombres que me dan rubor, cuando compruebo quiénes han conseguido que se la pongan, y en vida. Como lo de «una medalla y que se vaya», en el Ayuntamiento deben de haber inventado lo de:
-¡Una calle, y que se calle!
Igual que hay quien pide una revisión del callejero a la luz de la mal llamada (Media) Memoria Histórica, yo propondría que se haga una revisión del nomenclator sevillano para quitar la cantidad de chuflas y chorradas que hay en los azulejos de las esquinas. ¿Es serio que Sevilla dedique una calle al Pueblo Saharaui, cuando el mismo partido que manda en la ciudad, desde el Gobierno de Madrid, ha condenado al destierro perpetuo a ese mismo pueblo, secundando la política de ocupación y genocidio a que lo tienen sometido los amiguitos moros de Chaves, de González y de ZP? ¿Y usted se cree que es serio que haya una Calle de la Mujer Trabajadora? ¡Qué discriminación de género! Porque no existe paralelamente una Calle de Los Tíos Que No La Doblan y viven a costa de la parienta divinamente.
Había mucho que hablar del callejero. Por ejemplo, de lo que le ha pasado con su calle a Don Cecilio de Triana. Al que con todo merecimiento y justicia le han puesto una calle, y en Triana. ¿Que quién era Don Cecilio de Triana? Pues un genio literario, humorístico y periodístico sevillano del primer tercio del siglo XX. Tal era el seudónimo y el título de la revista satírica que sacaba José García Rufino, cumbre del humor popular sevillano. Injustamente olvidado, por mucho que lo recuerda su nieta, Carmen García Galisteo, que es Carmen Sevilla. Curiosas contradicciones: la nieta de Don Cecilio de Triana no se puso de nombre artístico el arrabal y guarda, como su abuelo, sino que pasó el puente y se puso «Sevilla». Podía haberse puesto mejor Carmen Heliópolis, pues allí, en Heliópolis, se crió con su padre, otro olvidado genio literario sevillano: Antonio García Padilla, que con su seudónimo de «Kola» fue autor de cientos de famosísimas letras de canciones, colaborador de Rafael de León y todos los grandes del género, que firmó la que seguro que usted se sabe enterita: «Coplas, coplas de mi España,/ganas me dan de llorar...»
Pues ganas me dan de llorar a mí cuando veo cómo le han puesto la calle al abuelo de Carmen Sevilla, al padre de «Kola», a Don Cecilio. El sitio, cumbre: entre la calle Castilla y el Puente del Cachorro. Sitio como de lámparas Philips en los anuncios antiguos: mejores no hay. ¿Pero sabe usted cómo ha rotulado el Ayuntamiento esa calle, quizá para ahorrarse el dinero de tres azulejos y poder pagar así el derroche del tranvía. Pues a la calle de Don Cecilio de Triana le han puesto un mote irreconocible: «Cecilio de Triana». Sin el don por delante, Cecilio a secas. Como Cecilio del Pueyo, ¿no?, pero con Triana en vez de cristalerías y vajillas. Don Cecilio de Triana, sin su Don, que es el don de la gracia sevillana que le chorreaba en cuanto escribía, es tan irreconocible en su calle que, si viviera, seguro que en una crónica de «El Noticiero Sevillano», o de los primeros tiempos de ABC, o en su propio semanario satírico, hubiera escrito:
«En Chapina le han puesto una calle a un tal Cecilio de Triana. No tengo el gusto de conocer a este señor, pero me imagino que seguramente será el hermano chico que tenía Rodrigo de Triana, que se embarcó con él en las naves de Colón, y que a lo mejor incluso fue el primero que vio América, pero Rodrigo, que era un tunantón, curraor de copas y ladrón de oído, que estaba al lado cuando la quincaron, se le adelantó y fue el que gritó "¡Tierra!", porque según convenio colectivo de las carabelas, al primero que lo dijera le daba don Cristóbal cinco días de asuntos propios y un fin de semana con su señora, pagado, en un hotel de ensueño que acababa de abrir allí en Guanajaní la cadena Meliá».
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