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ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Los toreros tímidos de Sevilla

Como con el tranvía han salido a relucir los noveleros, estábamos hablando sobre la galería de tipos y arquetipos que se dan entre los sevillanos como constante e invariante, y salió a colación el desahogado. El descarado, el eterno beneficiario de la prudencia de los demás. Como el río de la memoria está lleno de ahogados que sacaba el buzo desde la zapata del puente de Triana, la historia social y económica de Sevilla está plagada de desahogados. El Colegio de Desahogados debe de tener muchos más miembros que el de Abogados, a juzgar por cómo campan por Sevilla, triunfan, trepan, se hacen ricos, se atreven con todo. Ciudad cobardona, nadie les para los pies a los Desahogados sin Fronteras. Al nolaco. Al osado que se va quedando con el manso. Y poniendo ejemplos de desahogados pasados y presentes, históricos y contemporáneos estábamos...
- ¿Y no va a dar usted el nombre de ninguno?
Pues no. Aunque pienso lo divertida que sería una travesura interactiva: abrir un buzón de SMS para que los lectores me ayudasen con sus mensajes a hacer una aproximación al Censo Oficial de Desahogados Hispalenses. Como otro día podíamos abrir otro buzón para hacer la Lista de los Caragárgolas o la Nómina de los Caralápidas. Pero estábamos con los desahogados. Y alguien dijo:
- Pues donde menos desahogados hay es entre los toreros míticos de Sevilla. Los toreros de Sevilla, vamos, los que gustan aquí, son precisamente todo lo contrario de desahogados: son reservados, y hasta reservones, no les gusta alardear de nada, no van por la vida de valentones, de mediáticos, de guaperas, presumiendo de ojos verdes, diciendo: «Aquí está el tío».
Y pensé en Pepe Luis, en Belmonte, en Chicuelo, en Curro. Todo lo contrario que desahogados. Junto a la gracia, al sentido de la medida, a la hondura de la inspiración, la timidez quizá sea lo que marca el carácter personal y humano de los toreros que Sevilla encumbra. Pepe Luis mismo. Se han cumplido 70 años de la presentación de Pepe Luis en Sevilla, en una nocturna de agosto de 1937, en plena guerra de España. ¿Usted ha visto que Pepe Luis vaya por ahí presumiendo de sus setenta años como torero de Sevilla? Cero cartón del nueve. Pepe Luis, con su timidez a cuestas, sigue en su casa de Nervión con el amor de Mercedes y de sus hijos y nietos, medio ciego y casi sordo, como un conmovedor Homero y Beethoven del toreo, en una sola pieza, que evoca ahora recuerdos que nunca ha contado, y que me hacen pensar lo que podía sacarle para los papeles el difunto Manuel Ramírez si pudiera ir a entrevistarlo.
Pero es que también se han cumplido los 50 años del debú de Curro Romero como novillero en Sevilla, y en esta ciudad de las procesiones extraordinarias por las bodas de oro...del mayordomo de la hermandad, casi nadie ha recordado nada. Y sé lo que ha dicho Curro. Pues lo mismo que Pepe Luis:
-Mejor así, menos jaleo, lo bonito que es el silencio. Curro, otro gran tímido. Los toreros tímidos de Sevilla. La ciudad exalta a los toreros tímidos, que no se creen nada, ni mitos, ni figuras, y en cambio pone en su sitio, en los albañiles o en el hogar del pensionista, a los desahogados. Juan Belmonte fue otro gran tímido. La tartamudez era el mejor signo de su timidez. Y su silencio. Yo no sé cómo Chaves Nogales le pudo tirar de la lengua para el libro biográfico. Belmonte se pasaba las horas muertas en el velador de Los Corales sin cambiar palabra con Rafael el Gallo: «Somos tan amigos que no tenemos ni que hablarnos», le dijo a Josefina Carabias. Del Edificio Cristina a la calle Sierpes, Belmonte pasaba por las calles de Sevilla como una sombra errante, con las alas del sombrero intencionadamente gachas, como para taparse tras el burladero de su mascota flexible.
Como Manolo Chicuelo era otro gran tímido. Luque Gago me ha contado que en las grandes fiestas flamencas en su casa de la Alameda con Dora la Cordobesita su mujer, Manolo Chicuelo se quedaba en un rincón, con la mascota puesta, como Belmonte, como tapándose, con el cigarro medio apagado pegado a los labios, sin hablar con nadie, sin decir una palabra. Por eso fueron lo que son. Porque no se creían ni se creen nada. Por eso siguen en la memoria de la ciudad. Porque estos cuatro grandes toreros de Sevilla fueron estrictamente excepcionales: cuatro grandes tímidos en la ciudad de los cuatrocientos mil desahogados.
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