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 El fútbol será sin goles

ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Señas de Jerez en almoneda

¿SE imaginan que los victorinos no fueran de Victorino o que los miuras no fueran de la familia Miura, sino de una multinacional?
—Cosas más raritas se han visto. De los Pablo-Romero, ni le hablo. ¿Y no que el Betis es de Lopera, y la Cruz del Campo, de Heineken, y no ha pasado nada? ¿Y no compró el Cádiz C.F. uno de Madrid, Baldasano, que llegó hasta con la rima puesta para que las chirigotas le dijeran con cuántas manos tenían que agarrársela?
Sí, pero eso ocurría en Sevilla y en Cádiz, y no en la frontera que divide las dos grandes partes en que se divide el mundo, Jerez. Que es Jerez de la Frontera no por haberlo sido con la morisma cuando la Reconquista alfonsí, sino divisoria de las dos grandes partes en que dividió el mundo conocido o por lo menos digno de conocer y de vivir aquel gran Estrabón lírico de Andalucía que fue Fernando Villalón con sus versos encabalgados en una jaca torera.
Y en Jerez ha ocurrido lo inimaginable que les preguntaba al principio. La Casa Domecq hace muchos años que no es de la familia Domecq. En la Casa Domecq no queda un Domecq, salvo quizá mi compañero aquinate Beltrán Domecq Williams. A Domecq la compraron primero los de la multinacional Allied Lyons, que ni eran sobrinos de Tío Álvaro, ni primos de Mercedes ni de Juan Pedro, ni nietos del Pantera, ni ná de ná. Quienes a su vez le pegaron el pelotazo vendiéndola a Pernod Ricard, una casa como para anunciarse en la Vuelta a Francia, no para poseer el patrimonio histórico, económico, cultural, sentimental y hasta literario de Andalucía, cual la legendaria marca Domecq y el «Domecq obliga».
García Lorca no podía nunca haber imaginado esta triste almoneda de las señas de identidad jerezanas. Lorca vio en el desfile suntuario de la historia de Jerez que «detrás va Pedro Domecq con dos sultanes de Persia». Nunca podía pensar que los dos sultanes de Persia, accionistas de la Allied, acabaran comprando a Pedro Domecq lo suyo. Lorca también vio cómo «el coñac de las botellas se disfrazó de noviembre para no infundir sospechas». Tampoco podía imaginar que el brandy de las botellas del Gallo Azul, el Carlos I o el Carlos III, se disfrazara de anisete dulce francés para hacer palomitas, a fin de no infundir sospechas en la operación de venta de las joyas de la corona del escudo de Domecq, que son sus grandes marcas.
Sí, tal es la noticia: las grandes marcas de Domecq de toda la vida, el fino La Ina, el oloroso Río Viejo, el Botaina, hasta los refinados vinos de la gama alta como Sibarita, Venerable o 51-1ª (los que te pone Rogelio en una copita en Casa Trifón y te cambia la vida), están en venta, en liquidación, en almoneda. Y salvo Fundador, que es de Beam Global (que sabe Dios lo que es eso), todas las demás marcas las tienen en pública subasta, al mejor postor, los de Pernod Ricard, empresa que suena a plaza de toros de Nimes, no al Jarez de Rafael de Paula y de La Paquera. Menos mal que, como informaba Eugenio Camacho en su crónica económica, estas señas de identidad de Jerez parece que por lo menos no se irán del Marco. No es que se pasen al otro hemisferio del mundo jerezano, a González Byass, lo cual sería hasta kafkiano: que Tío Pepe le pusiera un piso a La Ina, y que el Soberano fuera Carlos III. Pero como quiera que pujan por esas marcas los Osborne, los Ruiz-Mateos y los Estévez, puede, si ganan los primeros, que todos los símbolos de Jerez cojan Nacional IV abajo y, en contraflecha de la jaca de Estrellita Castro, galopen y corten el viento caminito de... El Puerto de Santa María. Yo, la verdad, no me imagino que en las bodegas del Puerto envejezca el Carlos I como si fuera Magno y no Quinto de Alemania. O que se críe el fino La Ina. Eso sería de Quinta, hablando de Carlos I de Jerez...y V de El Puerto. Eso sería mucho peor que el rebujito de manzanilla y gaseosa, sanluqueño-sevillano, que pone de los nervios a los bodegueros de Jerez. No sería una operación de hondo calado económico ni alta estrategia comercial, Sería un rebujito de Jerez con El Puerto. Porque desde la memoria de bronce del caballo de su justo y digno monumento, don Álvaro Domecq y Díez me está diciendo desde la avenida que lleva su nombre de gran alcalde jerezano:
—Burgos, ¿a qué voy a tener que poner mi reloj en hora por el meridiano de El Puerto cuando quiera tomarme una copita de fino a La Ina en punto?
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