ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


La tribu de los indios sociatas

ESTOS documentales Náchional Geográfic de indios sin combois llegan a su fin con los sociatas. Aseveran los cronistas de Indias (y de Indios) que cuando los primitivos indios sociatas, desde el despacho laboralista de Capitán Vigueras, se desplegaron por los pinares para la foto de la tortilla, cabían todos en un taxi, pues para contarlos sobraban los dedos de las manos (¡las manitas quietas, que luego van al pan de Filesa!). Cuando la primera glaciación de la democracia y descongelación de la dictadura con microondas marca Borbón, los que de verdad poblaban estos territorios eran los indios cachimbas y los indios comisionos, de la estirpe de los sotos y los saboridos, que provistos de hoz y martillo eran los únicos que plantaban cara a los yugos y flechas de los poderosos indios franquitos. Pero los sociatas, con su dominio del arte de la manipulación, hicieron creer que los únicos que se opusieron a los franquitos fueron ellos, y no fue tal; primero, porque cabían en el citado taxi; y después, porque entonces estaban de vacaciones clandestinas, mimados por los indios teutones, que les mandaban sus marcos a espuertas, que por esto se hicieron la foto de la tortilla, porque les sobraban marcos, pero faltaban fotos de militantes que poner en esos marcos.

El caso es que figuraron como vencedores en el desfile de la victoria de una guerra contra los franquitos en la que no habían participado. Fue cuando los indios sociatas del exterior, de la familia de los llopis, dejaron de mandar en la tribu, que pasó a manos de la estirpe de los indios felipos del interior, que se adjudicaron los cien años de los sociatas, del tirón y por la cara.

Oportunistas como nadie y auténticos virtuosos con el tan-tan de la propaganda, pronto los indios felipos acabaron con el cuadro, y todo el mundo se hizo de ellos, presumiendo de sociatas de toda la vida. En sus irrefrenables ansias de conquista encontraron una palabra-talismán, «cambio», con la que arrasó su gran jefe y hechicero, el verdadero indio felipo, ataviado con su ropaje guerrero de traje de pana y pantalones de campana desde por la mañana. Todos los nativos del Sur quedaron encantados con sus paisanos los sociatas, a los que ayudaron a que echaran a la tribu espuria de los ucedecos, que habían ocupado las azules praderas de los franquitos, de los que muchos de ellos procedían. Echaron a los ucedecos y se pusieron ellos, aprovechando lo que gusta una unanimidad al personal. Para ello fueron fundamentales las tierras del sur, donde la grey de los indios escuredos, unos artistas, titi, en el manejeo de las falsas huelgas de hambre y los agravios comparativos, hicieron un trabajo finísimo contra los torpísimos ucedecos, los cuales habían enfurecido a los nativos verdiblancos, provocándolos al grito de: «Indio, éste no es tu referéndum, ¡jao!».

Los indios felipos llegaron así desde el Sur a conquistar las praderas de la Moncloa, apoyados desde aquí abajo por la familia (y suegras) de los indios manolitos, así como por los indios borbollones. Y no repararon en gastos para perpetuarse en el poder. Desviaron el curso de los ríos cartujánicos, horadaron las montañas brazatórticas y encandilaron al pueblo, entregándole espejitos en forma de modernidad, expos y aves. Hasta que se descubrió la tostá de que habían adquirido las malas costumbres de los mangoletas y los mienmanos, metiendo la mano en el cajón. Perdieron así el poder omnímodo que tenían, desplazados por los indios peperos, mandados entonces por el Gran Jefe Bigote Gordo. Unos hechos que recordar no quiero, por la sangre con la que tiñieron Colina Atocha, les devolvieron, empero, su poderío años más tarde, en que los sociatas abandonaron las costumbres de los filipos y se hicieron todos, ardorosamente, indios zapateros, llamados así porque se meten hasta en los charcos con tal de conservar el poder, pues les importa un carajo el mundo para seguir ellos ejerciéndolo. El futuro, empero, permanece incierto, especialmente para la rama meridional de los indios monteseirines, aliados de los cachimbas, que ocupan ahora los viejos territorios de los indios manolitos y los indios alejandros (pertenecientes éstos a una raza ya extinguida). Habría que llamar a un adivino para que antes de la luna llena del 19 de julio, con su bola de cristal, lo Viera. O Viese.

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