ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Estepa toma el Ave

Tiene el Ave a lo largo de todo el año algo de Cabalgata de los Reyes Magos. Cuando el tren está llegando, ora a Atocha, ora a Santa Justa, pasa una azafata con una bandejita de mimbre y reparte caramelos como si fuera la Estrella de Oriente. Dulces caramelos blandos hechos con una pasta parecida a las pastillas de goma, vulgo gominolas.

—¿Como los de Fauchon de París, que por cierto tiene una tienda de franquicia en la planta de salidas de Puerta de Atocha, al lado de la sala Vip?

—Tampoco es para ponerse así. No es que sean de Fauchon; con que sean de Mauri nos aviamos.

Como a nadie le amarga un dulce, cuando pasa la niña con la bandeja de los caramelitos, los socios fundadores, hijos adoptivos, adictos del Ave y viajeros ocasionales nos dividimos en dos grandes grupos:

1. Los que toman sólo un caramelo.

2. Los que cogen, ay, te pillé, más de uno. A pares, uno de fresa, otro de menta.

—¿Usted será del segundo grupo, no?

—¿Por qué lo sabe?

—Hombre, me pega que sea usted muy chuchón.

¡Qué palabra nuestra más hermosa y dulce: chuchón! Pues sí, me gustan tela las chuches por la parte chuchona. Y como todos los asiduos del Ave pertenecientes al segundo grupo de los descritos, me rejuvenezco bastante cuando cojo de la bandejita dos caramelos. O tres. Obsérvenlo en el próximo viaje: los pasajeros pluritrincantes de caramelos nos rejuvenecemos, porque ponemos cara de niños traviesos que están engañando a la seño. La seño, claro, es la azafata.

Ofrecen los caramelos todo el año. Pero en este tiempo de las Pascuas han sido sustituidos por los mantecados y los polvorones. Una maravilla. Estepa ha tomado el Ave, y a mucho honra. Mantecados de canela, pequeñitos, con la masa apretada, de los que no hay que aplastar con la palma de la mano para que no se te desmoronen. Mantecados como los que Carmen Tello le compra a Curro en un convento de monjas de Jerez, porque el Faraón es muy chuchón, más que del mantecado, de la canela: la canela del arroz con leche o la canela de las natillas caseras. Y junto a los mantecados de canela, Estepa también nos convida en el Ave a polvorones, elípticas glorias espurreadas de la nieve perpetua del polvo de azúcar, como montañas de corcho del nacimiento al fondo del palacio de Herodes, no el de la Amargura, sino el otro, el mamón que inventó la ley de plazos del aborto.

Digo que Estepa ha tomado el Ave, y no La Colchona, o El Mesías, o El Patriarca, o La Fama, porque los polvorones y mantecados del ferroviario mangazo van firmados por el solo nombre del pueblo, ¿qué mejor denominación de origen? Y nos convida Estepa a mantecados y polvorones con tal prodigalidad y abundancia, que si es usted chuchón, le recomiendo que vaya al Vagón 4, el de la cafetería, y verá allí las bandejas a discreción, llenitas de mantecados y polvorones, puestas sobre la barra del mostrador y sobre las altas mesas, diciendo «comedme», para que se harte usted y se ponga el paladar como en «Mira quién baila» explica Jorge el de los Morancos que se le queda a uno la boca cuando se pega el atracón de mantecados. Paladar alicatado, como si te hubieras tragado el quiosco de la Puerta Jerez en forma de mantecado.

Y pegando el dulce estepeño mangazo estaba en el Ave cuando me acordé de Silvio el Rockero en el bar de Jesús Quintero. Quintero tenía ordenado en su bar de la calle Placentines que no le cobraran a Silvio cuando todas las tardes iba allí a merendar. Llegaba Silvio, le ponían su café y su empapante, y se iba tan campante, sin pagar un duro. Una tarde de Cuaresma le pusieron a Silvio, con su café, un par de torrijas de reglamento. Y comiéndoselas estaba Silvio cuando llegó El Loco de la Colina. A lo que Silvio, muy serio, en vez de darle las gracias por todo lo que se estaba comiendo y bebiendo a su costa cada tarde, lo único que se le ocurrió fue decirle, cuchará va y cuchará viene de torrijas:

—¡Colina, a las torrijas les falta miel!

Yo, con la misma poca vergüenza que Silvio cuando le pegaba el mangazo de torrijas al Loco, «gratis cueste lo que cueste», le digo ahora a los fabricantes que nos invitan en el Ave a mantecados y polvorones:

—¡Estepa, a la convidá le faltan los alfajores!

 

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