ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Tele, juguetes y abuso de menores

Uno de los gozos de la abuelidad es ir a comprar los Reyes de los nietos. No hay nada que rejuvenezca más. Es el mejor tratamiento antiarrugas y eso que llaman «antiage» las señoras que se empeñan en tener la cara como Isabel Preysler: más estirada que el pellejo de una pandereta de los campanilleros de Santo Domingo de Bormujos, coro que por cierto acaba de sacar una recuperación de sus grabaciones históricas, discos de pizarra incluidos, que les recomiendo pidan a los Reyes.

¿Por dónde iba, antes que los campanilleros de Bormujos empezaran a sonar con la restauración y digitalización, entre muchos otros, de su clásico «Es María la nave de gracia», en la grabación que ha editado Fonotron-Efen Records? Ah, sí: por lo que rejuvenece ir a comprar los Reyes de los nietos. Es la mejor forma de quitarse años. Se cree uno que los está comprando para los hijos. Todavía. Pero con muchas más dificultades. Porque los puñeteros niños siempre piden a los Reyes... ¡precisamente el juguete que se ha agotado!, y que no hay forma de encontrar por parte ninguna. Un juguete que no es casualidad que pidan todos los niños, sino el que más perversa e intensamente han anunciado por la tele. Con vespertinidad y alevosía, a la hora de programación infantil. O con matinalidad, cuando los dibujos animados de la hora del desayuno, antes de que la ruta los lleve al cole. ¿Quiénes hacen los anuncios de juguetes en la tele? Deben de ser las mentes más privilegiadas y maquiavélicas de la publicidad. Consiguen que los niños maten y mueran por conseguir el juguetito dichoso que anuncian. Que es el que, precisamente porque lo quieren todos los niños y lo han pedido a todos los padres y a todos los abuelos, a todas las titas y a todos los padrinos, no hay quien encuentre en Sevilla.

—¿Ha ido usted a Osorno?

Claro que he ido, a esa especie de embajada permanente de los Reyes Magos en el antiguo compás de San Pablo. Y no lo tenían. Agotado, elija otro. Y he ido al Cortinglés de Nervión. Y no lo tenían. Agotado. Menos mal que una niña amabilísima, de contrato temporal, me miró por el ordenador en qué centro quedaban existencias del juguete de marras.

—¿Qué juguete era, si se puede saber?

—El Antón Zampón.

—Ah, pues no se moleste en buscarlo, porque mi niña también lo ha pedido y no hay manera de hallarlo.

Pues yo lo encontré, pero dándome la carrera. Porque la dependienta amabilísima de Nervión me dijo que en el Duque, ¡oh maravilla!, quedaban 9 hermosos ejemplares, 9, del buscadísimo Antón Zampón. ¿Cuánto se tarda de Nervión al Duque en coche en estos días de Pascuas, con los atascos propios de las fechas? Yo se lo diré: pues exactamente el tiempo que en el Cortinglés del Duque tardan en vender siete Antón Zampón. Porque cuando llegué a la 5ª planta, nada más que quedaban dos zampabollos. Si quieren tener una viva estampa de la alegría, retraten al padre, al abuelo o al tío que en estos días encuentra, ¡por fin!, el juguete que pidió el puñetero niño. El que anuncian por la tele. El que está agotado en toda Sevilla. Ese.

Claro que esto no es nada comparado con lo que me pasó el año pasado con el coche teledirigido de Pocoyó. El año pasado hasta tuve que pedir recomendación en el Cortinglés para conseguir el agotadísimo coche de Pocoyó. Tal como suena. Menos mal que el señor Santos, en el Hipercor de San Juan, tenía guardados unos preciados ejemplares de Pocoyó para los amigos de la casa y me adjudicó uno.

Y quien dice Antón Zampón o el coche de Pocoyó, dice todo lo que anuncian de un modo que los niños no pueden resistir. No hay derecho a que abusen de las criaturas de esta manera, con la malvada publicidad de los juguetes. Yo prohibiría estos anuncios, del tirón, por abuso de menores. Sí: abuso de menores. ¿En qué está pensando el Defensor del Menor? Y el Consejo Audiovisual de Andalucía, ¿no podía pedir que se prohíba en la tele esta manipulación publicitaria de los niños con los anuncios comecocos de unos juguetes que luego no hay quien encuentre, agotados en todas partes, en vez de dedicarse a comer ostras gratis total?

 

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