ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


La luna de los vencejos

Nadie te ha hecho justicia, luna llena de marzo, que llegas a la ciudad tomándole prestado tu blanco a la Cruz de las Toallas que casi a la par tuya asoma cada año a los mármoles italianizantes que el Marqués de Tarifa trajo a su Casa de Pilatos, el que por poco nos deja sin Semana Santa el hijolagramputa. No tienes partidarios, pobre luna llena de marzo, ni poetas que te canten. A tu coleguilla felina, a la luna de enero, le maúllan todos los gatos en celo desde todos los tejados, adelantándose al día de los enamorados de los humanos. A tu coleguilla primaveral, a la luna de abril, le duele el blancor de tanto salir en pregones y sevillanas, en el amor tristón de los boleros, «lunita plateada» de esta Sevilla que siempre tiene que ser pero que a veces no es. A esa mentada coleguilla de abril hasta le pusieron los rapsodas de pescao frito un mote que suena a nombre de bar cofradiero con muchos cuadros de Vírgenes y mucho incienso: Parasceve.

Por eso, oh luna de marzo, oh luna grande de la Cuaresma, cuando casi estás ya para irte, para perderte por los albores de la mañana como desaparece con la luz el nazareno de ruán de la Madrugada que vuelve a su casa por el camino más corto para herirme, permite que te dedique este elogio.

Si yo fuera cantor, qué de coplas te diría, luna llena de marzo, reloj impaciente y exacto del tiempo que nos queda para que la primera esté en La Campana. Si yo fuera poeta, qué versos te escribiría, con ese moreno blancor que es como si el tambor del redoblante de la Centuria se hubiera puesto sobre el horizonte para que el tiempo fluya feliz y apresurado al compás del paso ordinario de «Abelardo», como cuando los armaos van hacia San Lorenzo para ser vencidos por el Hijo de la Madre de Dios.

Reloj. Eso eres, luna de marzo. Blanco reloj sin manecillas que nos señalas lo poquito que queda para los verdaderos días del gozo. El más exacto reloj. Ni en el más preciso taller de Suiza, ni en el más amoroso Cronómetro de la calle Sierpes armaron nunca un mecanismo más fiel para medir la dicha. Tú nos vas diciendo que de los cuarenta días y cuarenta noches, pero qué cuarenta días y qué cuarenta noches, ya apenas nos quedan treinta mal contados, oh luna de marzo que ya te vas en tu plenitud y empiezas a menguar conforme nuestra impaciencia crece.

¿Me permites, sevillanísima luna llena de marzo, que te bautice? En el nombre del Padre Hércules, en el nombre del Hijo de la Madre de Dios y en el nombre del Espíritu Santo del convento de las Comendadoras, yo te bautizo como la luna que nos traes a los vencejos. Como la luna que abre el azahar. Como la luna que en la Plaza de América enciende los tonos fucsias de las flores del árbol del amor, que se abren como capotes para recibir a la primavera, en el albero nuevo que pronto traerá a los nazarenos del Porvenir, que es siempre nuestro presente del Domingo de Ramos. Yo te bautizo, oh luna de marzo, como la que aprieta los tornillos en todos los tableros de los palcos de la plaza, donde suenan los martillos que mandan la levantá a pulso de la primavera. Yo te bautizo, redondo y blanco ojo de Polifemo que adivina todos los barruntos de la gloria, como la que enciende la cera de los besamanos; la que alumbra a los Cristos en vía crucis por las perennes calles de la memoria del barrio que quizá ya no exista más que en nuestros recuerdos.

Honor y gloria a ti, luna llena de marzo. Aquí tienes el elogio que la otra tarde me pidieron tus vencejos. Los que acaban de volver a Sevilla y cada mes de marzo me traen en tu nombre la alegría, cuando en un largo Ave llego, como ellos, a Santa Justa y oigo su rechinar de alegría por los cuatro costados de la ciudad herida por el tiempo.

 

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