Tiene la estética del bar de copas de la Cuesta del Bacalao que llenó los balcones del edificio de maniquíes vestidos de terasmares y de mariconadas varias. Toda la fachada de la casa está así colgada, como cuando se decoró la apariencia entera de Sevilla en 1526 para recibir a un Emperador Carlos que venía a casarse en el Alcázar con Isabel de Portugal, boda que sería como la de la Infanta Elena, pero sin Marichalar y sin televisión de Pilar Miró.

El edificio está en la calle San Eloy, la de los escaparates del bacalati con tomati. A la altura del callejón de Olavide. En los bajos, un comercio que es galería de arte o tienda de marcos, una cosa así. Y allí, el ingenio sevillano de siempre. El arte popular de la guasa. Toda la fachada está colgada de letreros, a cuál más gracioso. Como los que el Marqués de las Cabriolas ponía en su caseta de Er 77. Como los que ponía en su escaparate de la Avenida, frente a la Puerta de San Miguel, Chaves el de las Bicicletas, del que entonces sólo sabían que era hermano de Chaves Nogales los poetas de la revista «Aljibe», a los que patrocinaba con sus anuncios de la Orbea y del Velosolex de «Mi tío» de Jacques Tati.

En los letreros de la fachada de esa casa de San Eloy, todo el despliegue de la guasa sevillana contra la crisis: «Liquidación por crisis nacional», «Tenemos más hambre que un monaguillo en Rusia», «Crisis+Arte=Hambre». Y un letrero, que es el más celebrado, que ya corre de boca en boca: «Cómprame un cuadro o invítame a un bocadillo». Óle el arte contemporáneo. Un mojón patí, Pepe Cobo.

Y como Sevilla tiene una escritura automática, para mí que estos pasquines que decoran con tantísimo arte la galería de la calle San Eloy son un homenaje a un dependiente de comercio que hizo auténticas preciosidades en los letreros de su escaparate. Me refiero a la tienda de comestibles Los Tres Leones, que estaba en la Cerrajería, pared con pared con la puerta falsa de Ochoa. Comercio que me parece que era del padre del abogado y pregonero José Joaquín Gómez. En aquel ultramarinos, escritos con pulcra letra y con tintas de vistosos colores, siempre había letreros de guasa, al modo de los de la calle San Eloy, pero no lamentándose de la crisis, sino anunciando glorias benditas, y además en verso, siempre rimados. Había, por ejemplo, una sarta de chorizos, y sobre ellos, los versos: «Si quieres alegría en tu piso/llévate estos chorizos». ¿Que era chorizo de Cantimpalos? Pues el verso decía: «Nadie se pone malo/si come chorizo de Cantimpalos». Aquel comercial poeta le sacaba rima a las latas de caballa del Consorcio Almadrabero y a las cajas de galletas Fontaneda, al azafrán El Aeroplano y a las magdalenas Sixto. Pero lo suyo era el morcón. Los versos más inspirados le salían con el morcón: «La buena alimentación/empieza por el morcón». Tanto es así, que lo bauticé como el Poeta del Morcón, y a su obra, como la Lírica del Morcón.

Ahora que aquella misma Sevilla se renueva y reaparece en los letreros de la calle San Eloy, me llega la triste noticia de la muerte del Poeta del Morcón, del rimante dependiente de Los Tres Leones. Se llamaba Manuel Portillo. Había venido a Sevilla desde Las Navas del Madroño (Cáceres). De soltero vivió en la calle Santa Clara y cuando se casó, en Relator y en Parras. Calle Parras. Imaginen: un balcón abierto a la Esperanza y a todos sus amigos, en la clara mañana del Viernes Santo. La Sevilla que se va. O la Sevilla que permanece. No se lo digan a nadie, pero los duendes de la muralla macarena me acaban de confirmar que los letreros de la calle San Eloy los ha escrito en prosa de crisis el mismísimo Poeta del Morcón desde el mostrador de Los Tres Leones del cielo: «Cómprame un cuadro o invítame a un bocadillo».