ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Caso Marta: cobrar por mentir

La realidad del Caso Marta del Castillo es tan horrible que si fuese el capítulo de una serie policíaca de televisión, era para cambiar de canal en cuanto que sale, otra vez, uf, qué asco, la repugnante y desagradable escena de la máquina como de guerra de las galaxias escarbando en el vertedero en busca del cadáver, mientras revolotea una bandada de pajarracos blancos, a modo de buitres del desierto o de cuervos ansiosos de carnaza. No son los únicos pajarracos que revolotean en torno al cadáver de la pobre Marta. Las televisiones han ido de cuervos, de buitres asquerosos, removiendo basuras en la absoluta ausencia de principios de un niñaterío que es símbolo de los degradados productos que elabora nuestro progresista sistema educativo y de esta sociedad amoral falta de cualquier código de valores, donde todo vale.

En todo este triste asunto, donde se ven a diario los costurones abiertos del fracaso del aparato del Estado y de la quiebra del garantismo que impusieron los progres de arte y ensayo, se escuchan pocas voces juiciosas. Todo es circo mediático, todo es «conectamos con Sevilla para ofrecerles la última hora sobre Marta». Con la tenacidad isidoriana de la gota de agua sobre la piedra, sólo la serenidad, sensatez y cordura del padre de la víctima, de Antonio del Castillo va poniendo lógica y ponderación en lo que unas veces parece tragedia griega, otras sainete, otras película de Torrente. Sin perder nunca ni los nervios, ni la compostura, ni las formas, el padre de Marta va adelantando las obviedad que los que debieran hacerlo se resisten a admitir. Antonio del Castillo, será por la cervantina fuerza de la sangre, va casi siempre por delante de la Policía y de la Justicia. El dolor debe de dar esa capacidad de intuición. Dolor a dolor, Antonio del Castillo ha conseguido que lo creamos más que al más autorizado de los portavoces.

Y ahora, cuando el circo judicial ha superado al mediático, que ya es decir, y la Fiscalía, en vez de empitonar a Rocío, la novia de Miguel Carcaño, confeso autor del crimen, la niñata que se paseó por los platós con su mamaíta de la mano para difundir versiones interesadas del suceso, va y le quiere meter un cuerno a las televisiones que le pagaron, por la monserga de la protección de menores. Piden que a la niñata le pongan 100.000 euros a plazo fijo, por los daños que le causaron cuando su mamaíta la placeó por los platós de peaje. En ese caso, ¿por qué no hay que indemnizar también a la mamaíta, como cooperadora necesaria para el lamentable sainete? Sainete judicial en el que sólo la sensata voz de Antonio del Castillo ha puesto las únicas palabras de cordura en este campeonato de despropósitos: «A la novia de Miguel la están gratificando por mentir. Si se paga a Rocío, también habría que indemnizar a todas las niñas que salen en el programa de Juan y Medio y a los amigos de mi hija».

¡Bingo! Continuamos para línea. Vamos a quitarnos las caretas sobre el garantismo de la protección de menores en las televisiones. Más que indemnizar a la novia de Miguel, que insisto que ya cobró su morterada, la Fiscalía tenía que haber empitonado a su madre, por haberla paseado por las televisiones. Si esto no es abuso de menores, que venga Dios y lo vea. Como no me quita nadie de la cabeza el argumento de oro que ha dado Antonio del Castillo: y a esos pobres niños que sus padres llevan a las televisiones como monitos amaestrados, para que canten, bailen, respondan a entrevistas, entrevisten a famosos y hagan teatrillos lamentables con Juan y Medio o con Bertín Osborne, ¿no hay que indemnizarlos por abuso de menores?

Como cuando saca los pliegos pidiendo la cadena perpetua, cada vez que oigo la sensatez del padre de Marta en todo este circo digo lo mismo: ¿Dónde hay que firmar, don Antonio?

 

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