ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


100 años y un día para Caracol

Carcelero, carcelero, abre rejas y cerrojos, porque si existieran la Diputación de la Grandeza del Flamenco o la Real Maestranza del Cante, Manuel Ortega Juárez, Manolo Caracol, habría sido inmemorial de la seguiriya y hermano mayor de la soleá. Pues apunten la sangre de reyes que le corría por la palma de la mano, en la probanza de nobleza de arte de sus cuatro apellidos: tataranieto de El Planeta, bisnieto de Curro Dulce, sobrino nieto de Paquiro, sobrino de Enrique el Mellizo, tío de Gabriela Ortega, primo de El Almendro, hijo de Manuel Ortega Fernández «Caracol el del Bulto», padre de Luisa Ortega y suegro de Arturo Pavón. Y eso sin andarnos por las ramas toreras de su árbol genealógico, porque entonces nos metemos ya directamente en Joselito el Gallo, en José Gómez Ortega: «Que por Gelves viene el río/ teñío/ con sangre de los Ortega».

En vida, esta nobilísima ejecutoria flamenca y torera no le valió de nada al cantaor que nació en las Lumbreras hace ahora un siglo. A Manolo Caracol le echaron bola negra y le negaron toda grandeza de arte los pontífices, grandes gurús, dalais lamas y capomafias del cante, que los había, y con muchísimo poder y con todos los aparatos de propaganda intelectual a su servicio, empezando por la «Revista de Occidente» y terminando por la Televisión Española de la época, pues jugaban a dos barajas, a la de la dictadura y a la del antifranquismo. Para estos dictadores puristas de mierda, Caracol había degradado y mancillado el flamenco, llenando los teatros de España, haciendo echar humo a las radios de cretona, sonando por todos los patios de todos los corrales cantándale a orquesta «La Salvaora» o «La Niña de Fuego» a Lola Flores. No, el único que valía era uno que iba cantando atrás con un peluquín en el cuadro del espectáculo de Antonio el Bailarín, en los mismos años en que Manolo Caracol estaba ya rico podrido, era el ojito derecho de Quintero, León y Quiroga y famoso a ambas orillas de la mar océana. Despreciaron a Caracol cuando Manuel, águila imperial que cobijaba a toda su familia bajo sus anchas alas, abría el tablao de Los Canasteros en la calle Barbieri y ayudaba a medio mundo de los ignorados jornaleros del cante, del baile y del toque. Para estos satrapillas de la intelectualidad del flamenco, Caracol no pasaba del folcloreo. Tachaban en su biografía los nombres de Falla y de García Lorca, el premio que casi niño ganó en el Festival de Granada de 1922. Y aunque iban de rojeras por la vida, silenciaban que Caracol hizo la guerra en el Madrid republicano, elevando la moral de la tropa con sus cantes y sufriendo los bombardeos: «¿Es que no paráis ni pá almorzar?», gritaba Caracol el del bulto a los aviadores de Franco, entre las bombas. Pero se las valieron para etiquetarlo como cantaor de cámara de Franco, cuando eran ellos los que mangaban festivales por los ayuntamientos del Régimen. Usaron sus llaves del cante para encerrar a Caracol de por vida en la mixtificación y la adulteración, cuando fue un precursor de muchas novedades del flamenco. Vamos, justamente de lo que luego llamaron fusión y aplaudieron de rodillas ante Camarón, su mejor discípulo.

Así que abre, carcelero, abre ya el presidio en que han tenido condenado a 100 años y un día de olvido y desprecio a don Manuel Ortega Juárez, porque ahora, hombre, por fin, a buenas horas, mangas verdes, casi los mismos truchimanes del flamenco que antes lo despreciaron y silenciaron, como se cumple el centenario de su nacimiento, lo han amnistiado y vienen a decir lo que proclamó Manuel Benítez Carrasco: «Está encerrado en la cárcel — porque quiere, porque puede y porque sabe. — Está encerrado en la cárcel del cante, — él mismo tiene las llaves. — Abre y cierra cuando quiere, — porque quiere, porque puede y porque sabe. — Es el propio carcelero — de la cárcel de su cante, — y entra y sale cuando quiere, — porque quiere, porque puede y porque sabe».

 

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