Si no fuera porque cambiarle el nombre a una calle es un gasto enorme en membretes renovados y un follón espantoso de papeleo burocrático para actualizar todos los documentos oficiales de sus vecinos, pediría que a García de Vinuesa le devolvieran su rótulo tradicional de Calle de la Mar. No hay derecho que merezca los honores del callejero el alcalde derribista de las murallas de Sevilla.

García de Vinuesa se llamó Calle de la Mar desde el Repartimiento, y de la Mar también le decían a todo aquel barrio. Cuenta Santiago Montoto que «por vivir en él la gente dedicada a las faenas y oficios del mar». De devolverle el nombre, yo le añadiría algo: Calle de la Mar...de Tinto. García de Vinuesa es la embajada del vino de la Mancha en Sevilla. Si el otro día elogiamos aquí cómo Reyes Morales tiene de bien conservada la más que sesquicentenaria bodega de sus mayores, sin poner lámparas cursis de Murano, hoy debemos hacerlo de otro templo del moyate en la otra acera de la misma calle, metros más abajo conforme se va hacia la Puerta Larená, del que me suelo olvidar injustamente.

Hablo de la centenaria Casa Salazar. Salazar y Morales son vidas paralelas que piden un Plutarco con casera blanca. La Bodega Salazar, donde usted se habrá tomado muchas veces las berenjenas de Almagro y habrá bebido la cerveza negra de Damm, fue fundada en 1908 por don Julián Díaz-Salazar y Torres, un manchego que vino con 14 años y pantalón corto para distribuir aquí los vinos de la bodega familiar de Daimiel, pueblo muy próximo a Valdepeñas y Manzanares, con los que forma los vértices del triángulo de la comarca vinatera proveedora oficial e histórica del tinto que hizo coger en Sevilla las mejores tajás, ora a cuadritos, ora de caracolillo. Daimiel está muy próximo a Almagro, de donde Salazar trajo a Sevilla las famosas berenjenas que hizo popularísimas en su taberna. Templo del vino perfectamente conservado hoy en día en toda su pureza, sin mezcla de horterada alguna, por los descendientes de Julián Salazar, luchador y trabajador incansable, amigo y protector de todos aquellos que necesitaron de su ayuda, principalmente de muchos de sus paisanos manchegos que durante los años terribles de la guerra civil escapaban de Daimiel hacia Sevilla para librarse aquí de las represalias de la zona republicana.

Morales y Salazar son vidas paralelas en origen en historia y en preservación. Del mismo modo que en Morales lleva el timón una mujer descendiente de los fundadores, Reyes Morales, en Salazar se da el mismo caso, también lo regenta otra emprendedora. Nuestro óle por Salazar,por el tinto de la Mancha, por la cerveza negra y por las berenjenas de Almagro más otras excelencias de sus fogones taperos hemos de darlo, pues, por otra excelentísima señora tabernera, por doña Ángela Díaz-Salazar Alarcón, nieta del fundador. Igual que otros barrios tienen ángeles protectores, El Arenal tiene Ángelas. Hay dos vestales cuidadoras de los ritos del Arenal: Angela Martínez Goyguro vela en el Arco del Postigo por la estricta observancia del arte de freír los calentitos y Angela Díaz-Salazar cuida el patrimonio del moyate en su conservatorio de la calle de la Mar. Donde en los años 60 se reunía por cierto la muy democrática vanguardia de la pintura sevillana, con Paco Cortijo, Carmen Laffón, Jaime Burguillos y Paco Cuadrado, lo que le costó más de un disgusto a los Salazar ante la Brigada Político Social.

Loor y gloria, pues, a la centenaria Casa Salazar, preservada intacta en su fondo y en su forma gracias a Angela Díaz-Salazar. Y hagan un gozoso añadido moyatoso a la tópica letanía de la oposición de duales barrocos en Sevilla: Macarena y Triana, Sevilla y Betis, Feria y Semana Santa, Joselito y Belmonte, y (sin salir de la calle de la Mar) Casa Morales y Casa Salazar.

Sobre Casa Morales en El Recuadro: "Un óle por Reyes Morales"