ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


El calor y la calor

Hay algo que me pone más nervioso que un café solo antes de dormir: la igualitaria moda antigramatical del «ciudadanos y ciudadanas». El primero que hizo de esa forma tabla rasa con la norma gramatical fue un igualitario cumplidor del artículo 14 de la Constitución. El segundo, sencillamente un imbécil.

En esta moda de los progres caen hasta los que se tienen por muy conservadores. Que un tío con el carné del PSOE diga lo de «ciudadanos y ciudadanas» es lógico: de algo hay que comer. Pero yo le he oído decir «españoles y españolas» a Sorayita, como si fuera una Bibiana Aído cualquiera. Y a Javier Arenas, ni te cuento lo de «andaluces y andaluzas». En vez de tanto «campus» de la FAES y tanta reunión en Roquetas, los del PP deberían dar cursillos estivales obligatorios a su gente para que no hablara con la cretinez de género del PSOE a la hora de dar discursos y discursas, de hacer declaraciones y declaracionas o de responder a entrevistas y entrevistos.

La mancha de la mora con otra verde se quita y la otra noche, en la Casa de ABC, durante la Cena de los Cavia, tuvimos la suerte de asistir a un brillante espectáculo de inteligencia en defensa de la lengua española, a cargo, como no podía ser menos, de un académico de la Española, el maestro Mingote. En la Cena de los Cavia hay cada año dos agradables sorpresas: que los discursos son antes de que comience la cena, y no en el sopor del postre y del café; y que entre ellos figura fijo de plantilla el que pronuncia el presidente del jurado, excelentísimo señor don Antonio Mingote Barrachina. El ya tradicional discurso de Mingote en los Cavia es cada año como el texto de uno de sus geniales dibujos, pero en más larguito. Traduzco: una delicia de dos folios y medio. En los que este año arrancó con una maravillosa parodia de esos destrozones progres del idioma. Dijo Mingote, con Sus Majestades delante: «A juzgar por las manifestaciones públicas ante la presencia de los Reyes o los Príncipes, los españoles (y las españolas, seamos coyunturalmente correctos), los republicanos y republicanas españoles y españolas son espectacularmente monárquicos y monárquicas». Y no quedó ahí la parodia de los militantes (y militantas) del «ciudadanos y ciudadanas», sino que hablando del frotamiento de reales narices con las autoridades maoríes en reciente viaje, precisó Mingote que tal augusto restregamiento se produjo en los antípodas y en las antípodas.

Aquella tarde hacía en Madrid mucho calor. Corrijo el género: mucha calor. Fue Manuel Alcántara, otro maestro, quien me lo precisó: ya no estamos en la época del calor, porque ha llegado la calor. ¿Es lo mismo el calor que la calor? Cualquier imbécil de «ciudadanos y ciudadanas» diría que sí, pero sin tener en cuenta algo fundamental. Que aunque en los termómetros no hay artículo 14 de la Constitución, fueron los hermanos Álvarez Quintero los primeros políticamente correctos en materia de temperaturas estivales, y eso que no eran intelectuales orgánicos arrimados al pesebre del poder, sino encumbrados por el fervor de su público en un teatro no subvencionado. Con el anónimo libro de la sabiduría popular en la mano, los Álvarez Quintero establecieron que dentro del verano andaluz hay cuatro estaciones, a saber: el calor, la calor, los calores y las calores. Cualquier cretinete de la corrección política creería que «el calor y la calor» son igualitarias formas de apreciar la temperatura. Craso error. No es lo mismo el calor que la calor. Qué va. Con la calor se suda tela y no hay forma de pegar ojo por la noche. Y no te digo cuando lleguen los calores.

Pero no quiero extenderme en desigualdad de géneros termométricos estivales, porque la imbecilidad del «ciudadanos y ciudadanas» puede llegar a la predicción meteorológica. Estoy viendo al hombre (y a la mujer) del tiempo anunciar que hoy va a hacer «mucho calor y mucha calor» en las autonomías mediterráneas y en los autonomíos mediterráneos.

 

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