Todo es como la ranchera que la otra deliciosa noche, en Vista Hermosa, en casa de Isabel León y Carlos Oriol, cantaba el arquitecto gaditano Pepe Ángel González con su grupo «Gadir»: «Y volver, volver, volver/a tu lado otra vez». Sólo que si es aplicada a Sevilla y relativa al final del mes de vacaciones, esto de «Volver» no es una ranchera: es una trastada. Una cabronada, vamos.

Si usted, sevillano, vuelve hoy a Sevilla después del mes de vacaciones, le diré que no sabe usted dónde se ha metido. Bueno, sí, ya lo sabrá, al momento. Quizá antes de las 9 de la mañana, en cuantito que se meta con el coche en un embotellamiento. ¿En Tablada, dice usted, viniendo del Aljarafe, o en la avenida de Bueno Monreal, el cardenal al que le pusieron calle sin necesidad de quitársela a Afán de Ribera? Eso era antes. Esos eran, digamos, embotellamientos clásicos. Ahora tenemos embotellamientos postmodernos. Fruto de la modernidad y el progreso. Que consisten en que nadie sabe dónde se van a producir ni a qué hora. Originados las más de las veces por las vallas.

Usted, al volver, se encontrará toda Sevilla llena de vallas. Mejor dicho: de alambradas como de gallinero, apoyadas en unos bloques de cemento como los que les ponían en los pies a los gánsteres de Chicago cuando los tiraban al agua para ajustarles las cuentas. No es que Sevilla sea ahora la Ciudad de las Gallinas como antes era en la propaganda la Ciudad de las Personas. (Bueno, gallinas sí que somos todos, y yo el primero: de valentía civil andamos aquí cortitos con agua, por eso pasa lo que pasa y hacen con nosotros lo que hacen). Que le venía diciendo que esas alambradas de tela metálica gorda que se va a encontrar usted no son para las gallinas, sino para una industria nueva que ha puesto el Ayuntamiento. ¿No nos quejamos de que en Sevilla no hacemos más que destruir el tejido industrial? Pues el Ayuntamiento ha montado este verano dos importantes industrias, a saber:

1. La máquina de estrechar calles.

2. La fábrica de producir embotellamientos.

La primera de dichas industrias está muy relacionada con la segunda. Consiste en poner las calles cada vez más estrechas. Pero no para las Personas, para los peatones, con las aceras más anchas, sino para las máquinas, para el porsaco del Carril Bici. Y así, de paso, se suprimen aparcamientos, para acabar con ese enemigo de la Humanidad y causa del atraso y de la ruina de Sevilla que es el Automóvil, invento infernal que hay que declarar fuera de la ley (excepto los coches oficiales, claro). La segunda de dichas industrias, la fábrica de producir embotellamientos, la ha conseguido el Ayuntamiento tras grandes inversiones y notables esfuerzos. Si la Ronda, un poner, está embotellada, como no hay derecho a que sólo se beneficien de esa modernidad los que circulan por ella, hay que ponerla de un solo sentido. Con lo que se consigue que el embotellamiento llegue a la Ronda de Pío XII, a La Barzola, al Fontanal y al Barrio de los Carteros, lo cual es mucho más democrático e igualitario. Con ese fin, la fábrica de producir embotellamientos está empleada ahora a fondo con la calle Oriente, para que los embotellamientos lleguen cuanto antes a Eduardo Dato, a la avenida de la Cruz del Campo y a la Ciudad Jardín. Y en El Cristina, tres cuartos de lo propio. Como no bastaba con fastidiar a Los Remedios, auténtico nido de fachas, peatonalizando Asunción, ahora vamos a darle un poquito por saco a esos carcas peatonalizando El Cristina y embotellando el Puente de San Telmo.

Así que, sevillanos que vuelven ustedes, prepárense para esta Sevilla que es mucho mejor que el Tío Pepe. El Tío Pepe era «sol de Andalucía embotellado», ¿no? Pues esto está embotellado con sol, con lluvia, con niebla, con nublado... Con todo.