ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Bienvenido, Paco Robles

Bienvenido al Club de las Tres Letras, de las Dos Grapas, del Liberalismo, de la Sevillanía, querido Francisco Robles. Que se escribe así, pero se pronuncia Pacorrobles. Lo de Paco en este punto era importantísimo. En Sevilla decías Robles y te preguntaban si te referías al escritor o al de Casa Robles. Eso era hasta ahora. Llegado Paco por la puerta grande de los fichajes («adiós, Cristiano Ronaldo, que no quieres ná con nadie») será Juan Robles quien tendrá que aclarar que no es el Robles que escribe en ABC, chorreando dos bienes escasos en los papeles de nuestro tiempo: ingenio y cultura. Será Casa Robles la que tendrá que explicar que no es el Robles de esta Casa de ABC, donde lo vieron ayer retratado, cumpliendo la tradición.

—¿Qué tradición?

Pues la de la historia del periodismo sevillano. Desde su fundación en 1929 por Don Juan Ignacio Luca de Tena, cumpliendo póstumamente la voluntad sevillanísima de su padre Don Torcuato, ABC ha sido la meta profesional y el destino manifiesto de todo el que plumeaba bien en las sevillanas gacetas. La primera redacción de ABC, con Juan María Vázquez, José Andrés Vázquez, Antonio Olmedo o Sánchez del Arco, vino desde los otros diarios sevillanos, desde «El Noticiero» o «El Liberal». Fue una constante desde entonces. Todo el que destacaba en la prensa sevillana, acababa en ABC. En ABC terminó mi maestro don Manuel Halcón, cronista de guerra y director del diario «FE». En ABC terminó, y acabó dirigiéndolo, un joven periodista aliadófilo que encandiló a Sevilla con sus crónicas de la II Guerra Mundial en «El Correo de Andalucía», que firmaba como Roberto de Arenzaga y que se llamaba Joaquín Carlos López Lozano. El gran José Antonio Blázquez vino desde el diario «Sevilla». Manuel Ramírez vino desde el «Suroeste», el periódico que había reemplazado al «Sevilla». Anoto, pues, el nombre de Micer Francisco Robles en esa ilustre nómina: la de los numerarios de esta Real Academia del Periodismo Sevillano que es ABC, y que se mueran los feos, como repetía Manuel Ferrand, otro ilustre, que me parece que vino desde el «Novedades» de González Cabañas.

Robles es algo más que un periodista: es un escritor de periódicos. Además, multiusos y multidisciplinar. Un profesor de Literatura que se bajó a tiempo del molesto tranvía de la docencia para amarrarse al duro banco de la decencia literaria en los periódicos. Tiene algo que no está de moda en la prensa: estilo. En estos periódicos dominados por la dictadura del mal llamado «libro de estilo», uno que escribe se parece a otro que escribe como un becerrista de la Escuela Taurina de Sevilla a otro becerrista de la Escuela Taurina de Sevilla. Pero tú lees un texto de Robles y sabes que es suyo. Te gustará o le mentarás sus castas todas, pero aquello es de Robles, personal e intransferible. Libre. Puntito rebelde. Ni de derechas ni de izquierdas: del territorio de la vergüenza. Torera y de la otra. Y todo esto, como decía arriba, chorreando cultura, conocimiento de Sevilla, de su historia, claves de la ciudad y de su gente (y de su gentuza, que todo hay que decirlo). Y esto lo hace Robles con docena larga de libros a sus espaldas, pero sin que se le caigan los anillos por torear todos los días en el ruedo de papel.

De ahí que tenga lo que no le perdonan sus enemigos: lectores. Aunque ahora, cuando empieces a escribir en ABC, sabrás de verdad, querido Micer Francisco Robles, lo que es tener lectores en Sevilla. Así que yo no felicito a ABC por el fichaje ni a Robles por la llegada a esta Casa donde llevo casi tanto tiempo como el busto de Don Torcuato. Felicito a los lectores de ABC. Incorporen, pues, un tercer elemento imprescindible a su costumbre diaria. Lean primero las esquelas, después a Burgos y luego a Robles. Y si lo leen antes que a mí, mejor: eso saldrán ganando.

 

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