ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


El día que nací yo, en ABC

La canción es un monumento a la delicadeza, como cuanto cantaba Imperio Argentina. Se la escribieron Quintero, Guillén y Mostazo. Se llama «El día que nací yo». Cada vez que la he escuchado, me he preguntado con ella: qué planeta reinaría, qué estaría pasando en el mundo, qué películas estarían poniendo, cómo sería mi ciudad, qué día de la semana era el día que nací yo.

Abro como cada mañana en la pantalla del ordenador la edición digital de ABC (del único ABC posible para los sevillanos, el de nuestra tierra, que el otro es «ABC de Madrid»), y me encuentro con la invitación a la utilísima Hemeroteca que el periódico ha puesto generosamente en Internet: «Un día en tu vida. Explore con nuestro buscador fechas especiales en su vida». Y no puedo resistir a la tentación facilona de buscar lo de Imperio Argentina: el día que nací yo. Y echo a andar la moviola de mis recuerdos en esta Casa de ABC, y evoco el tiempo en que para consultar ese tesoro que es La Colección tenía que pedir a Hacha el ordenanza que me trajera el tomo desde la biblioteca. Y llegaba al cabo del tiempo el fiel servidor de la Redacción, con un mes de ABC encuadernado en tela corinto. Ahora es como si ABC me hubiera dejado al bueno de Hacha aquí dentro de la pantalla del ordenador, y navegando por la Hemeroteca Digital le dijera: «Hacha, haga usted el favor de traerme el tomo de la colección del día que nací yo».

Y me lo trae. Y hay una portada de aquellos días en que Hitler había empezado a perder la guerra. Viene la foto de una patrulla alemana explorando un bosque del frente del Este. Y el portento de la Hemeroteca Digital me va abriendo, página a página, el ABC de aquel día, con los partes de guerra aliados y del Eje, con el Mensaje a la Juventud de España de Giménez Caballero, con la reseña de una conferencia que Manuel Sánchez del Arco había dado en la Escuela Oficial de Periodismo sobre los cronistas de guerra, en su condición de «Justo Sevillano», el primer caso de periodista «empotrado» sin que nadie lo reconozca ahora, pues fue como un soldado más con las columnas de Varela que marchaban sobre Madrid en el terrible verano de 1936. Y para ponderarme aún más la figura del olvidado Manuel Sánchez del Arco, viene en el mismo periódico la reseña, toro a toro, al modo revistero, que «Giraldillo», que era su seudónimo taurino, hacía de la alternativa de Manolo Escudero en Las Ventas, que se la dio Juanito Belmonte con Manolete de testigo. Pasan por la pantalla las páginas de aquel número de ABC como pasa la vida. Toda una época se pone en pie con el anuncio del Dentichlor, con el «pruebe y compare» del 103 de Bobadilla, con «Casa Ruiz, metales y piedras preciosas», o con la larga relación de las cosas de comer que darán esta semana de este año del hambre con los cupones de la cartilla de racionamiento.

Como yo, me imagino que cientos de lectores estarán buscando el día que nacieron, gracias al portento tecnológico de este Hacha Virtual que me ha puesto ABC como ordenanza en el escritorio de casa. Todos tenemos un trozo de nuestra vida enhebrado en la grapa de ABC. Les propongo que lo busquen. Busquen en Ecos de Sociedad la reseña de la boda de sus padres, seguro que la hallan, basta poner el nombre de uno de ellos en la herramienta de rastreo. Busquen la esquela mortuoria de su abuelo, como yo la he hallado. Yo sabía que mi abuelo Antonio Burgos Sánchez, al que dediqué «Andalucía, ¿Tercer Mundo?», había muerto «cuando la arriá». Ahora, con el luto tipográfico de su esquela por delante, incluso he visto la descripción de la ciudad inundada en aquella riada: «Hasta aquí llegó el agua». Hasta aquí llegó el agua de la vida personal y colectiva que hallamos en la Colección de ABC. Como si la volviéramos a estar viviendo ahora en la pantalla del ordenador.

 

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