ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


La muerte nunca es una avería

Aquí estarán todas las pantallas de televisión llorando aún la muerte de Paquirri con las imágenes de archivo de La Panto (ja, ja) y con los platós de peaje del hermano guapete del difunto, a tanto la pieza, pero, hijo mío, cada vez hay más insensibilización en esta sociedad nuestra que de boquilla dice que es tan solidaria. En la Escuela de Periodismo me enseñaron que un muerto atropellado por un autobús en Cuatro Caminos tenía más importancia informativa que trescientos por una inundación en la India. Los esquemas de valoración han debido de cambiar, porque aquí les seguimos dando más importancia a los muertos de por ahí, y por un terremoto en América Central, como lo hayan presentado en plan trágico por la tele, hasta abrimos una cuenta bancaria para que la gente mande dinero. Y, en cambio, está cayendo la gente como chinches en Sevilla y no le damos la menor importancia.

Hablo de las víctimas sevillanas de la Gripe A y de la legionela. Las autoridades sanitarias nos las han presentado como si fueran muertos por una inundación en la lejana India, qué insensibilidad, qué frialdad. Para los responsables políticos de la salud y la enfermedad, los muertos no son más que cifras en una estadística. Hasta hay hospitales que para no aumentar sus estadísticas de mortalidad mandan a los enfermos terminales a que expiren en otro centro, y si quieren doy nombres. Aquí han muerto sevillanos por la legionela de la Macarena, y lo malo no es sólo que los políticos los han reducido a cifras estadísticas, sino que la sociedad nos les ha dado la menor importancia, no lo han sentido. El No Passsa Nada de siempre.

Medito todo esto al leer la carta que recibo de una lectora que me concede el honor de escribirme de vez en cuando. Es tan impresionante que como yo no podré mejorar su relato, prefiero transcribirlo: «Soy Mariola, la de las sillas de La Campana, y hoy le escribo para algo más triste. Mi suegro ha fallecido y ha sido “el señor de 69 años víctima de la legionela del Macarena”. Ayer, cuando volvíamos del entierro, mi marido y yo escuchamos en la radio a la delegada de Salud diciendo que eso había sido una simple avería, que se subsanaba rápidamente. Me gustaría contestarle a esta señora cómo piensa arreglar la “avería” de mi suegro. Era esposo de una señora estupenda, que se ha quedado sola con 61 años. Era un padre como pocos, cariñoso y pendiente de sus 4 hijos a diario, de sus 4 nueras y de sus 4 nietos, que no saben por qué su abuelo se ha ido al Cielo. Le gustaba disfrutar de su familia a todas horas. En Semana Santa se sentaba en las sillas a ver sus cofradías con sus nietos; salía de penitente en Las Cigarreras. En Feria, con su sombrero panamá, comía con sus hijos y sus nietos y bailaba sevillanas como nadie. Íbamos a ver el Corpus, la Virgen de los Reyes, y los domingos, a los Salesianos de La Trinidad a misa con su mujer del brazo. Y la Navidad con toda su familia y la de su mujer, que nos juntamos más de treinta. En verano se iba a La Carihuela con sus hijos y sus nietos. Eso era lo que le hacía disfrutar: su familia y tenerla siempre cerca y unida. Ahora que podía, al jubilarse hace cuatro años después de trabajar muy duro para mantener a su familia, más de cuarenta años en Obras Públicas y Urbanismo, muy señora mía, ¿y ahora qué? Me gustaría saber cómo esta señora puede decir públicamente que la muerte de mi suegro es “una avería”, o que tenía una patología previa. Pero, señora, claro que se había puesto malo, por eso estaba en el hospital, como todo el mundo que está allí. También dijo esta señora que los dos fallecidos eran dos ancianos. ¿Con 69 años? No, señora, mi suegro no era ninguna “avería” ni ningún “anciano”. Era un sevillano que fue al médico porque se puso enfermo y en vez de curarlo, ya no salió.»

 

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