EL Cortinglés tiene muchas industrias auxiliares. No me refiero a las compañías del grupo que se dedican a la fabricación de textil, a los viajes, a la óptica o a financiarnos las compras. Las verdaderas industrias auxiliares del Cortinglés no tienen nada que ver con don Isidoro Álvarez y dependen de la condición de nuevos templos que los centros comerciales de la compañía tienen en la muy practicada religión del consumo. Los grandes centros comerciales son ahora como los templos antaño y marcan el pulso de la vida en la ciudad. Las señoras desocupadas echan la tarde en el Cortinglés como antes iban a la iglesia para la novena. La caminata de San Nicolás es ahora escaleras mecánicas arriba, de la planta de señoras a la de oportunidades, hasta la merendola con las amigas en la cafetería.

Y como en los templos antiguamente, la entrada al Cortinglés es el territorio más apropiado para buscarse la vida mendicante. Como los mendigos enseñaban sus muñones a la puerta de las iglesias y se agolpaban ante ellas, ahora ante los centros del Cortinglés te encuentras al que vende lotería, al de los cupones, al tío de los higos chumbos por el verano o al de las castañas en invierno. Y los manteros. Los inmigrantes que, sin otra posibilidad de trabajo, se han metido a traficantes de toda suerte de objetos falsificados: cedés de películas que se acaban de estrenar; deuvedés de discos en promoción por la tele; copias del último modelo de bolso de Prada o de Gucci; reproducciones exactas del más novedoso Rolex, el que anuncian como recién lanzado. Son los nuevos mendigos del templo.

Íbamos la otra mañana camino del Cortinglés, y mi amigo, conocedor del paño de los manteros, cuando enfilamos la avenida donde está el centro comercial, me dijo:

-Verás cómo ahora empezamos a ver África.

-¿Cómo África desde aquí? Ni que esto fuera Tarifa.

-No, que empezaremos a ver inmigrantes africanos vendiendo falsificaciones. El uno de Mali, el otro de Nigeria, el de más allá de Liberia, otro de Gambia. ¡Toda el África subsahariana te vende la Sony entera, París completo en bolsos y Suiza plena de relojes, más falsos todos que los méritos de Obama para ganar el Nobel de la Paz!

Y allí estaban, uno tras otro, en cuanto avanzamos unos metros. Mi experto en los nuevos mendigos del templo añadió:

-Pues ésta es la única piratería que contempla el Código Penal. Como venga por aquí Teddy Bautista, verás tú lo que van a durar estos tíos vendiendo discos y películas pirateados.

-¡Esa es la solución para la piratería de Somalia! No sé cómo no se le ha ocurrido a Carmen Chacón -le dije-. ¿No dicen que no pueden acabar con la piratería porque no la contempla el Código Penal? ¡Pues que como armas les pongan a los que secuestraron el «Alakrana» cedés falsificados y deuvedés pirateados! No creas tú que, por ejemplo, un cedé pirateado de Miguel Bosé no es un arma peligrosa. Me amenazan con un disco de Miguel Bosé, que lo voy a tener que escuchar enterito, y es que me rindo inmediatamente. Los piratas de Somalia deberían usar esas armas. O el vídeo pirateado de una película de cine de barrio de Carmen Sevilla, que no me dirás que no es un arma de destrucción masiva. Armados así los piratas, en vez de mandar a la fragata «Canarias» mandamos a Teddy Bautista, y listo. Es el único que en España está acabando con la piratería. Va Teddy, les aplica las tarifas de la SGAE a los piratas, les saca las mantecas y los tíos se rinden. ¿No ha acabado Teddy Bautista con la piratería de los discos y los libros y trinca a los manteros? Si fuera cosa de discos, a éste no le duraban los piratas de Somalia ni dos minutos. Vamos, que no los salvaba ni Moeckel con su sentencia contra el canon digital...