Un Tiziano, dos Goyas, tres Benlliures, un Murillo, un Lucas Jordán... Vamos, lo mismito que si fueran las estampitas del almanaque de la Unión Española de Explosivos que tengo yo enmarcadas en mi casa. Cualquier cosa. Cinco siglos de coleccionismo en una de las grandes casas de España. Que no es Casa Morales, ni Casa Modesto, ni Casa Román, ni Casa Robles, ni Casa Ovidio, sino la Casa de Alba. Traduzco al sevillano: los cuadros de la familia que mantiene la Casa de las Dueñas.

Con cuarto y mitad de don de la ubicuidad, para no faltarle luego a mi querido pintor Juan Valdés en su triunfal reaparición gozosa en la Casa de la Provincia, estuve anoche en el Museo de Sevilla (donde iba a diario Juan Miguel a copiar las maravillas de Murillo y Rafael) para echarle un primer ojeo, que aguardo repetir, a la exposición que la duquesa Cayetana ha tenido especial interés que se monte en su Sevilla de su alma: «Colección Casa de Alba». Allí estaba Cayetana en todo lo suyo. Quiero decir que entre el arte y los sevillanos. Las dos cosas que más le gustan del mundo: las Bellas Artes, y Sevilla y sus artes populares. Entre las referidas obras, una décima parte de la mitad de la quinta parte de las que la Casa de Alba tiene desparramadas por Dueñas, Liria o Monterrey, y viendo ante ellas a Cayetana, pensé en la crueldad de la caricatura que de esta gran señora nos presentan los programas del corazón. En esas televisiones yo nunca vi que sacaran a Cayetana en El Plata o en El Moro, comprando para Las Dueñas el retrato de la bailaora Josefa Vargas por Esquivel, o la escultura de las manos inigualables de Pastora Imperio por Benlliure. No, a Cayetana la sacan comprando camisetas en los mercadillos de Ibiza o untándose el bronceador cuando va de dominguera a Zahara de los Atunes. El corazoneo del famoseo se ceba en el personaje que se han inventado, que no tiene nada que ver con la persona de verdad. Es inmensa la capacidad de triviliazación de este sector de los medios. Estando allí en el Museo toda esa maravilla pictórica y escultórica, a los almas mías lo único que se les ha ocurrido preguntar a Cayetana, hablándole de tú, claro, ha sido:

—¿Y es cierto que Picasso te quería pintar desnuda como a la Maja de Goya, pero tu marido no te dejó?

¡España pura de oliva! Por eso anoche, en el Museo de Sevilla, me imaginé que estábamos en otra nación, en otra ciudad, en otra sociedad, no degradada, no degenerada, no envilecida. Que se acercaban a la duquesa, sí, esos paparazis suyos de cada día, y que le preguntaban, claro, por Alfonso:

—Duquesa, ¿por qué no hay en la exposición ningún cuadro de Alfonso, de Alfonso Grosso naturalmente, con las cosas tan bonitas de Alfonso que tiene usted en Dueñas?

Y soñé que en la rebullasca de alcachofas y cámaras, una paparazi le soltaba a bocajarro a doña María del Rosario Cayetana Alfonsa Victoria Eugenia Francisca Fitz-James Stuart y de Silva, XVIII duquesa de Alba de Tormes, XI duquesa de Berwick y XIV condesa-duquesa de Olivares:

—¿Y de Bacarisas, por qué el comisario no ha querido que venga nada de Gustavo Bacarisas a la exposición?

No había terminado la duquesa de contestar cuando ya le metían otro micrófono por la boca, con la pregunta:

—Cayetana, ¿es cierto que usted tenía especial interés en que trajeran el Fra Angélico, pero que Bernardo Bueno ha dicho que el Fra Angélico no lo quiere él ni como copita de invitación de la casa cuando va usted a almorzar con las amigas a casa de Sebastián en la calle Virgen de las Montañas?

Salí a la Plaza del Museo, me dio el aire de la noche y desperté del sueño. Horror. Los paparazis seguían asaeteando a la Duquesa de Alba con las habituales degradantes paparruchas sobre Eugenia, Alfonso y Cayetano. Los desastres de Goya, pero sin Goya.