ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Sevilla, ciudad irreversible

¿Por dónde empezó el presente proceso de destrucción de la ciudad, que llega ya hasta a las Atarazanas del Rey Alfonso el Sabio, que ni a las Atarazanas las van a dejar tranquilas, y sin necesidad de maestrantes las van a desfigurar como si fueran el ruedo de la plaza de los toros, que ya es decir? Echo la cuenta, y me parece que el presente proceso de destrucción de Sevilla, a manos precisamente de los que desde el CEYS lo denunciaron en los años finales del franquismo, comenzó con el proyecto de cargarse las plazas del centro, al que llamaron «La piel sensible».

—Lo de la Plaza del Pan, ¿no?

Sí, por allí creo que empezó la chamusquina, y algún día habrá que colocar una placa conmemorativa en las cernudianas tiendecitas de la trasera del Salvador. Allí, en la Plaza del Pan, empezaron los primeros intentos para que Sevilla se pareciera lo menos posible a Sevilla, que en eso consiste el proceso de destrucción en curso: que esto sea Viena con manteca colorá (de la de untar) o Düsseldorf con carrera oficial (con 7.000 sillas a suprimir).

En la Plaza del Pan, como usted sabe, comenzó la tropelía de quitar los adoquines de toda la vida y poner las losas grisáceas que recuerdan tanto a Santiago de Compostela. La Plaza del Pan fue el primer sitio donde empezaron a colocar los bancos de Ikea y donde pusieron las farolas de palmera. En Sevilla, hasta entonces, había palmeras dactilíferas, palmeras acolapsás, palmeras de huevo y palmeras de chocolate, pero gracias a la modernidad y el progreso, el Ayuntamiento inventó la palmera de farola, y la puso en la plaza del Pan, que la veíamos y nos llevábamos las manos a la cabeza. Todo el mundo te mandaba a la Plaza del Pan, en peregrinación:

—Chiquillo, ¿pero tú has visto lo que han hecho con la Plaza del Pan?

Cuando aquello ocurrió, hay que consignar que ante la conformidad de la inmensa mayoría de los sevillanos tragones y cobardones, alguien me preguntó qué me parecía, y le dije:

—Lamentable, pero remediable. Reversible. Cuando venga otro Ayuntamiento, todas estas mamarrachadas se pueden quitar y volver a poner la Plaza del Pan como toda la vida de Dios.

Aquello era entonces. Ya no. Entonces Sevilla todavía tenía remedio. Total, se trataba de quitar las mamarrachadas que habían hecho en la Plaza del Pan, en La Alfalfa, en la Plaza de la Pescadería. Pero ya no. Como la gente traga, y se conforma, y no protesta, y no dice nada, continuaron. ¡Vaya que si continuaron! Vino luego lo de la Plaza Nueva y lo de la Avenida, con sus disfraces europeos y con su tranvía de la señorita Pepis. Vino luego la tela de araña comunista de poner el carril bici por toda Sevilla y desfigurar toda acera y toda calle que imaginarse pudiera. Vino luego el dichoso tranvía con sus catenarias. Vino luego lo de las setas de la Encarnación, que son ya palabras mayores. Vino luego lo de autorizar la Torre Pelli, y a la Giralda que le vayan dando en el horizonte de los cielos que rascamos. Vino luego el progresivo cierre de todo el centro a la circulación y la condena de su comercio tradicional...

En pocos años se han salido con la suya: le han cambiado la piel a Sevilla, que a este paso parecerá cualquier cosa menos Sevilla. Las barbaridades son tantas y tan costosas que el Ayuntamiento que venga detrás ya no podrá cambiar nada, no hay vuelta atrás posible, ¿cómo dinamitar las setas de La Encarnación? Han hecho de Sevilla un modelo irreversible de ciudad. Todos somos prisioneros de este Gulag comunista que prohibe a Foxá y glorifica a Marcos Ana, donde mandan unos camaradas con sólo 25.772 votos. Pronto habrá que poner en toda la Sevilla histórica el mismo letrero que en el triste anuncio funeral de Ellima Macarro: «Liquidación total por cierre (del centro a la circulación)».

 

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