ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Jorge Javier Vázquez, sálvalos

YO tuve una vez un coche que era de la misma marca que el premio que le acaban de dar a mi visionado y admirado Jorge Javier Vázquez, pero con hache: un Honda. Aunque no sé si a Vázquez le han dado un Ondas o si más bien este licenciado en Filología Hispánica proclamado como el mejor presentador de televisión le ha dado sopa con Ondas a los formatos habituales en el famoseo del corazoneo. Aquí hay tomate. El tomate es que de vez en cuando llega a la tele un señor que revoluciona el cotarro y rompe los esquemas de lo que se entendía por clásico. Saben lo que decía El Gallo que era lo clásico: «Lo que no se pué hasé mejón». Estos rompedores de la tele desmienten la marmórea frase de Rafael Gómez Ortega y la corrigen: «Clásico es lo que se pué hasé entoavía una mijita mejón». Y llegan y dicen como Curro Romero aquella gloriosa tarde en Sevilla, cuando al comienzo de una faena en terrenos del tendido 2 vio que estaba Carmen Tello en una barrera, la endiqueló, se echó la muleta a la izquierda y dijo:

-A ver si esto se hace así.

Eso mismo dijo en la televisión del franquismo el difunto Valerio Lazarov. Estaban allí los aparatos que nadie conocía a fondo y que resulta que tenían una cosa que se llamaba «zoom». El rumano Valerio cogió los cacharros, los tocó el trigémino, les sacó el «zoom» y dijo como Curro a Carmen: «A ver si esto se hace así». Y nos volvió locos, e hizo ricos a los oculistas, con aquellos pantallazos de desprendimiento de retina. La historia de la televisión es la de sus innovadores. Pienso ahora en otro precursor que cambió los estilos, luego imitadísimo: Jesús Quintero. Hasta que llegó Quintero, la televisión consistía en hablar, hablar, hablar. Quintero llegó y se calló la boca. Y le dieron un Ondas. Por callarse. Por inventar el silencio en un mundo de sacamuelas. En boca cerrada sí entran Ondas. La gente creía que eran silencios de inteligencia, pero eran de duda y de salir del paso. Quintero callaba porque como anda chungo de los clisos, no veía lo que le había puesto Javier Salvago en la papela del guión con unas letras así de gordas. Y mientras guardaba silencio, pensaba:

-¿Y qué le pregunto yo ahora a este tío?

Lo de Jorge Javier Vázquez es algo así, o como la innovación del formato de la mañana que hizo mi querida María Teresa Campos. Vengo siguiendo a Vázquez desde que a lo Joselito el Gallo yo hacía televisión toreando en el patio de mi casa, en el «Extra Rosa» de Ana Rosa Quintana y Rosa Villacastín. Allí estaba Vázquez, que ya se veía que tenía el duro y podía cambiarlo cuando le saliera del níspero. Ahora le ha dado la gana o le han dado la oportunidad con su pelotazo de «Sálvame» y el máximo mérito de la innovación. A aquella televisión que estaba pegando el butacazo desde que José Luis Balbín la sentó en «La Clave» o Chimo Rovira la siguió dejando sentada en «Tómbola», Jorge Javier Vázquez la ha puesto en pie. Nos ha demostrado que los que salen en la tele no están pegados con loctite al butacón, sino que se pueden levantar, ir, venir, salir del plató, ir a por tabaco, merendar, pedir un atril, correr, saltar y bailar por los aires. Menuda jerigonza del fraile. Hasta ahora los programas de plató eran tiempo; Vázquez los ha convertido en espacio. Espacio dinámico. Y ha influido inmediatamente en todas las televisiones, ya saben lo que le pasa al que la copia. Como si cantara «La Internacional», Vázquez ha dicho que en pie, nada famélica legión a 3.000 euros la colaboración por programa, y, ¡hala!, todos dando vueltas y brincando por el plató, en todos los programas, de todas las teles. Nada me extrañaría, pues, que Matías Prats, cuando quiera dar una noticia importante, para destacarla, al modo vazquiano, coja, se levante y se dé su vueltecita por bulerías por el set del telediario. Y hasta puede que se coma un yogur y se ponga una capa pluvial.

 

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