ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Ciudadanía de primeros auxilios

De refilón escuché por la radio una noticia que era la otra cara de la polémica educación para la autoayuda en materia sexual, que ustedes me dirán si lo he dicho en plan fisssno o no. Una pobre señora entrada en años, víctima de un accidente, había sido milagrosamente salvada tras una parada cardiaca por un guardia civil que acababa de hacer un cursillo en primeros auxilios. El guardia civil le sacó a aquella señora pasaje de regreso en la barca de Caronte. Y cuando lo entrevistaban para preguntarle por su cívico comportamiento, le quitó el hombre importancia a su gesta:

—No, simplemente le hice a esta señora lo que habíamos practicado con el muñeco durante el cursillo...

¡Toma muñeca inflable!, le diría yo, a la vista de esta historia, a los defensores de las clases prácticas de educación sexual. Que es lo que me extraña: que las lecciones de supervivencia y auxilio no sean parte elemental y obligatoria de la educación escolar. ¿No se habla tanto de solidaridad, que no se les cae la palabra de la boca? ¿No hablan tanto de gasto social, de ayuda a los desprotegidos? ¿Pues qué más desprotección que el que la está palmando porque se ha atragantado con un trozo de carne en un restaurante, y qué más solidaridad que salvar al que está en peligro de ahogarse en la playa, que no encuentra un alma caritativa que sepa hacerle la respiración artificial?

Y quien dice estas situaciones de riesgo de muerte en la playa o en el restaurante, dice de los accidentes de carretera. Por muchos anuncios que haya puesto en televisión la Dirección General de Tráfico, ahora conocida por el mote de Degeté, ¿le ha enseñado alguien de modo claro y sencillo lo que tiene que hacer y lo que no debe hacer bajo ningún concepto si marchando por una carretera se encuentra con un automóvil que acaba de sufrir un accidente y es usted el primero que llega? Sí, que llame al 112, ¿no te jode? Pero mientras llegan las emergencias del 112, de cuya efectividad nadie duda, un mínimo conocimiento de primeros auxilios quizá pueda salvar muchas vidas, como la historia del guardia civil con el cursillo recién hecho que he comenzado contando.

¿Y ante el fuego? ¿Y ante una riada que inunde nuestra casa cuando estamos durmiendo? ¿Y ante un terremoto? ¿Usted sabe lo que tiene que hacer en estas situaciones?

—Sí, rezar el Señor Mío Jesucristo...

Ya, ni eso, porque no creo que en las escuelas enseñen el Señor Mío Jesucristo. Demasiada concesión es que no ordenen la versión civil del sagrado misterio del Descendimiento y desclaven a Nuestro Señor Jesucristo de la cruz que preside las aulas. Aunque ahora que lo pienso, harán bien. ¿Se imaginan la contradicción de un Cristo presidiendo un aula donde se enseñan a los chavales las técnicas de autoservicio de guarreridas españolas, que diría Chiquito?

Una vez, en casa, salió ardiendo el diferencial eléctrico y las llamas prendieron en las cortinas y en una estantería de libros. Alguien que con la mejor intención subió a ayudarnos quiso abrir las ventanas, para que se fuera el humo. Isabel mi mujer, que como ATS del Real Hospital de San Lázaro acababa de hacer un cursillo de primeros auxilios con los bomberos, impidió que aquel alma caritativa nos quemara toda la casa. ¿Saben lo que hizo? Pues lo que había aprendido: cerrar precisamente todas las puertas y ventanas, para concentrar las llamas en una habitación y evitar que tuvieran alimentación del oxígeno del aire fresco. Gracias a aquel cursillo no se nos quemó la casa entera.

Ay, si en vez de tanta Educación para la Ciudadanía de la puñeta y tantas Ciencias de la Macoca enseñaran en las escuelas obligatoriamente los rudimentos de los primeros auxilios...

 

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