ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Las Cigarreras se desmilitarizan

No sé cuántos gúgueles de Internet se podían llenar con los tópicos de Sevilla y sobre Sevilla. Uno de ellos, del que nos quejamos todos siempre, es que en Sevilla no hay sociedad civil. Matizo ese tópico haciéndoles ver que en Sevilla hay una sociedad civil más rara que la mar. Una sociedad civil de un solo señor: Moeckel. Joaquín Moeckel es él solito una sociedad civil. Igual que los toreros suelen ser una sociedad limitada, mi apoderado es una sociedad civil que levanta la conciencia de la ciudad, ora sobre El Salvador cuando se iba a hundir, ora sobre las mujeres nazarenas, ora sobre los mercasevillas nuestros de cada día.

Y amplío mi matización del tópico: en Sevilla sí hay sociedad civil. Lo que pasa es que es una sociedad civil del tipo cívico-religioso. La sociedad civil está vertebrada en Sevilla por las cofradías, después que los sindicatos se convirtieran en el comicalla de los liberados arrimados al pesebre público y después que fueran desactivadas las otrotra peleonas asociaciones de vecinos. Como los que mandan ahora son de los nuestros, las asociaciones de vecinos están más calladas que en misa, e incluso algunas son correas de transmisión del Ayuntamiento, y les remito a las plataformas a favor de la peatonalización, a favor del estrechamiento de calles y a favor de la supresión de aparcamientos, y si quieren doy nombres de los que le bailan el agua al alcalde y pelotean a Alberto Moriña en Triana, qué vecinos más babosos.

Las cofradías son nuestra sociedad civil. Pero por las paradojas barrocas, el símbolo sonoro de esta sociedad civil, las bandas de cornetas y tambores, visten de militar. Te pones un día de Semana Santa en una silla de la carrera oficial y ves desfilar todo un catálogo de ridículos y extemporáneos uniformes militares. Los unos van de sombrero de tres picos y levita como la Guardia Civil recién fundada por el Duque de Ahumada. Los otros van de lanceros. Aquellos, de dragones. Los que vienen ahí, de almirantes de la Armada. Todos con guiones a modo de enseñas militares. Todos con guerrera y gorra, entorchados, charreteras y dorados cinturones a los que sólo les falta la llave de gentilhombre de cámara de Su Majestad. Hasta la Cruz Roja, cuyos voluntarios van de socorristas de nuestro tiempo cuando acuden a trabajar por los demás en los campos de fútbol, disfraza de militar a su banda. Y se da la paradoja de que la banda de la Centuria, cuando va de paisano, viste de militar, y Pepe Hidalgo, con su uniforme gris y su gorra de plato parece en San Roque un policía armada de los antiguos, de ésos ante los que dicen que corrían todos estos demagogos que ahora viven de la mamela y que entonces estaban hasta las trancas y no corrían ni para coger el autobús camino de la Facultad.

Con este espectáculo de la fantochada paramilitar de las bandas, que en la competición por lo original ha diseñado uniformes estrictamente ridículos, de risa más que de opereta, ha querido acabar la Banda de las Cigarreras. Esta banda abrió muchos caminos. No se ha dicho, pero igual que la Semana Santa peligraba porque se quedaba sin costaleros profesionales, las marchas peligraron al quedarse sin bandas militares. La de Las Cigarreras, en este campo, vino a ser como la cuadrilla de hermanos costaleros de Los Estudiantes en 1973 y Antonio González, como el capataz Salvador Dorado. Luego hubo muchas cuadrillas de hermanos costaleros, y también hubo muchas bandas ligadas a las hermandades. Y Las Cigarreras, decía, sigue marcando el camino. En el concierto conmemorativo de su XX aniversario presentó el nuevo uniforme de sus músicos, que ya no es de militar: no tiene guerrera, ni entorchados, ni gorra de plato. Parecen quizá antiguos cobradores de Tussam o repartidores de bombonas de butano, pero da lo mismo. Lo que quiero elogiar es que esta parte de la sociedad civil se desmilitariza y acaba con la mamarrachada de los uniformes opereta y oro.

 

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