ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Aclarado: Pemán era escritor

Igual que hay escritores que son hijos de su tiempo, existen algunos que son, además, padres de su espacio. Joyce es padre de Dublín. Pessoa, padre de Lisboa. Thomas Mann, padre de Venecia. Arniches, padre del Madrid castizo. Tenemos de esas ciudades la visión literaria que engendraron y acuñaron esos autores. Por lo que a veces no se acaba de saber si esas ciudades son ciertamente así o si se trata de entes de ficción, de invenciones líricas, que a base de belleza literaria hemos llegado a creer reales y sus habitantes se han sentido en la obligación de perpetuar.

A José María Pemán le pasa así con respecto a Cádiz. Si la leyenda dice que Cádiz fue fundada por Hércules, hay que admitir que fue refundada literariamente por Pemán. La imagen que se tiene de la Cuna de la Libertad y de su Constitución ya casi bicentenaria es la que acuñó Pemán en «Cuando las Cortes de Cádiz». Y así hasta hoy. Las gaditanas, cuando se ponen el traje típico, se visten de personaje de Pemán: de Piconera. Y nada digo de Andalucía. Muchos truchimanes de la esencia andaluza son simples copiones de genialidades pemanianas. Como que Andalucía acaba conquistando a sus conquistadores o que los andaluces somos tan individualistas que un hombre solo se basta para matar a un toro o cantar una soleá.

En reconocimiento de esta paternidad literaria, muchos pueblos y ciudades dedicaron calles a Pemán. Algunas como Sevilla con toda justicia. Si no padre literario de Sevilla, Pemán es por lo menos su tío. Cuando los turistas se retratan en «El barrio de Santa Cruz» lo hacen ante el título de un libro de versos de Pemán. Y cuando los sevillanos se emocionan con un pregón de Semana Santa, lloran con un modelo de pieza oratoria que inventó Pemán.

Pemán tenía calle en Sevilla. No crean que rotulada de antiguo, sino dedicada por el Ayuntamiento de la vigente y bendita democracia, que se acordó de los poetas para nombrar nuevas vías, tacada en la que pusieron calle a Jorge Guillén, a Pedro Salinas o a Juan Sierra. Pero llegaron, ay, los nuevos inquisidores de la Memoria Histórica y vieron que Pemán tenía calle. Una provocación. Dedicar una calle a Pilar Bardem y quitársela a un militar de la guerra de Cuba no es una provocación, no. La provocación es Pemán. ¿Qué hacemos? ¿Le quitamos la calle a este facha que no le dedicó poemas a la pistola de Líster ni señalaba en los periódicos del Madrid rojo a los colegas a los que había que dar el paseo? No —pensaron—, dejemos a Pemán con su calle. Pero que se llame así, «José María Pemán», es una exaltación del fascismo. ¿Qué hacemos, Santiago Carrillo, ya que propugnabas la «reconciliación nacional» (mira, camarada, cómo se me queda el dedo)? ¡Ya está! Le ponemos a la calle «Escritor José María Pemán» y listo.

Y así ha sido. Pemán tiene desde ahora en Sevilla una calle que no sólo es su mejor homenaje, sino que parece la guasa gaditana fina de un artículo suyo en la Tercera de ABC. El rótulo pone «Escritor José María Pemán» y al lado, en otra placa, aclaran, aguanten la risa: «Antigua José María Pemán, en aplicación de la Ley de la Memoria Histórica». Cuando pasé por su esquina y vi las dos placas, pensé que la increíble realidad escribía un artículo póstumo de Pemán. Menos mal que han puesto lo de «Escritor», con todo retintín, recochineo y reconcomio. ¡Menos mal que la Memoria Histórica aclara por fin que Peman era escritor, y desmiente categóricamente que fuese agente de la Propiedad Inmobiliaria, como creía casi todo el mundo! Así que sentí como si Pemán, por boca de El Séneca, me dijera:

—Don José, y dé usted gracias a Dios no de que no le hayan puesto en el rótulo «Analfabeto José María Pemán», que seguramente era lo que les pedía el cuerpo a los mismos camaradas que pregonaban la reconciliación nacional por La Pirenaica.

 

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