Aunque ya en el ABC ayer mismo lo escribieron en dos textos magistrales dos ilustres compañeros (a saber, Francisco Robles y Álvaro Ybarra Pacheco), no quiero que sin romance y sin versos, yo no quiero, se me quede ese retrato que hiciera Félix Madero donde en Madrid aparece un líder de los obreros lustrándose los zapatos, genuflexo el betunero a sus pies, igual que antaño en Jerez, donde el Lebrero, o en Sevilla, en el casino al que llaman El Aero, se limpiaba el señorito, se limpiaba el cortijero, se limpiaba el señor conde, se limpiaba el ganadero, se limpiaban los marqueses y el retirado torero, y el tío que se hizo rico a costa del estraperlo, traficando importaciones de camiones y de acero.

Como ya se ha recordado en los dos citados textos, una foto de esta guisa, con un tío genuflexo a sus pies, dale que dale al cepillo sobre el cuero, en el Palace de Madrid, hace tiempo se la hicieron a nuestro Javier Arenas, que de Olivencia es el yerno. Y no vino en ABC el retrato que refiero. Aquella foto salió, para escarnio y chufleteo, en la revista Interviú, la de las tías en cueros. Pues de cueros se trataba; tanto el cuero zapatero como aquel que se limpiaba, bien sentado el caballero, que se quedaba así Arenas mostrando al aire el trasero de los tics de la derecha, los tópicos que sabemos: que éstos son los que mataron a Manolete, no Islero.

Cojo la foto de marras y me siento y considero. Y como se han dicho ya las cosas que también pienso: que con la crisis que hay y el paro que padecemos a estos tíos sindicatas se les ha visto el plumero, que al Gobierno ni tocarlo y el empresario es ratero, que la culpa de la crisis es de Santiago Herrero... Como se han dicho estas cosas, añado de mi coleto que este tío que se lustra esos mocasines negros sí que es un señorito, no Álvaro Domecq Romero. Que así se empieza, teniendo afición al cepilleo, y se acaba de figura del arte del rejoneo y pegando el braguetazo con un callo malayero, la hija de un constructor podridito de dinero, aunque me han dicho que ahora está el hombre más bien tieso. Que los nuevos señoritos son socialistas y obreros, señoritos de la Junta, señoritos del Gobierno, señoritos del Senado, señoritos del Congreso, o están en la empresa pública, o en esos ayuntamientos donde enseñas el carné y te colocan a dedo, y te ponen un despacho, y te asignan cuatro sueldos, y te ponen secretaria, coche y tarjeta de crédito, y te montan en el dólar, vaya vida, compañero, que parece el camarada que del Torbiscal es dueño.

Si le preguntas a Arenas por la foto que recuerdo, te dirá seguramente: «Las ganancias no te arriendo de lo mal que lo pasé con la foto que me hicieron. Qué pedazo de cabrón, fotógrafo traicionero, que no quiero ni acordarme, las cosas que me dijeron: que si facha, que si carca, que si explotador de obreros, que si maté a García Lorca, yo me cago en tós los muertos de aquel tío del retrato de la revista de Asensio.»

Ante el retrato presente, hay un muro de silencio. Nadie levanta la voz: el cliente es de los nuestros. El que por ir a Madrid se embolsicó su dinero, su dieta, cogió el billete regalado que le dieron, para pasarle la mano por el lomo a Zapatero y achacar a la CEOE lo que es culpa del Gobierno. Así que, venga señores, que griten conmigo espero: «¡Viva el 12 de Diciembre y el sindicalismo obrero! ¡Que se escapa un empresario, cogerlo ahí, ay, cogerlo! ¡Que no se aproveche nadie de este mal que padecemos! ¡Que no despidan a nadie ni regulen más empleo! Que yo tengo los zapatos lustrados como un espejo. Que tu carita a mirarte aquí vengas, Zapatero, y que en ellos se refleje ese rostro de cemento.»

(Y final, que no lo último, al gachó le mando un ruego: ¿dónde encontraste el limpia? ¿Me lo dices, compañero? Lo digo porque en Sevilla, con la afición que tenemos, hace años busco un limpia, pero, hijo, no lo encuentro. Que ya ni siquiera hallo al que había en el Bar Correos.)