ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


El cambio climático gramatical

El apocalíptico cambio climático cuyo terror nos anuncian hace semanas que ya está aquí. Lo han demostrado las recientes nevadas. Para confirmarlo ha bastado escuchar los informativos de la radio y los telediarios. El cambio climático del que hablo es un cambio gramatical, de consecuencias impredecibles. En los mentados medios audiovisuales la voz «meteorología» y el concepto de lo «meteorológico» han desaparecido. Quizá por la obsesión del cambio que predicen los nuevos curas de misa y olla en las canonjías ecológicas de las que trincan a lo Al Gore, la voz «climatología» ha sustituido completamente a lo meteorológico. Que apenas queda en el nombre del organismo de predicción del tiempo, la Agencia Estatal de Meteorología. Que al paso que vamos será pronto Agencia Estatal de Climatología.

He ido grabando en el disco duro de la memoria los enunciados informativos de las nevadas en los que locutores e informadores mostraban un total desconocimiento de conceptos clásicos como tiempo, estado atmosférico o situación meteorológica. Todo era climatología para arriba y climatología para abajo. Que en un pueblo de la Vega del Guadalquivir haya caído una nevada como de Alaska (pero no la señora rellenita que cantaba con Los Pegamoides, sino el Estado norteamericano), no ha sido, como siempre fue, un raro fenómeno meteorológico; esto es, las condiciones atmosféricas de un lugar determinado en un tiempo concreto, no. Ha sido directamente «climatología». Vamos, como si el clima habitual de la Vega del Guadalquivir fuese una nevada alpina cada invierno. He escuchado a un cretino que decía alborozado ante la llegada de la nieve: «Esta climatología no se producía desde hacía 56 años». Pues mire usted, señor mío: si lo que usted llama climatología no se producía desde hace 56 años, razón de más para que no sea la climatología, imbécil, sino un simple fenómeno meteorológico. El clima es otra cosa. El clima es el «conjunto de condiciones atmosféricas que caracterizan una región». Y durante mucho tiempo. Como una constante. El clima, locutor mío, reportero mío, es que en la Vega del Guadalquivir haga en verano una calor de morirte, y que por las mañanas, en el invierno haya una pelúa importante, y muchos días aparezcan los campos cubiertos de rocío, para que luego, a mediodía, en pleno enero haga una temperatura tan agradable que, al cambio, aquello sea Miami sin casa de Julio Iglesias. Eso es el clima: el conjunto de conducciones meteorológicas habituales en un lugar durante toda la vida de Dios, no una nevada extemporánea, ignorante.

Pero, nada, no se enteran, obsesionados todos con el cambio climático. Usted lo habrá escuchado como yo: «La climatología hizo necesario el uso de cadenas en algunos puntos de la Sierra Norte de Sevilla». No, mire usted: la climatología de la Sierra Norte no hace necesario nada. La climatología de la Sierra Norte es el fresquito en el verano y las condiciones óptimas en sus umbrías para que se curen bien los jamones. Lo que quiere usted decir es que la adversidad meteorológica de la nevada en la Sierra y su intensidad, cosa inusual, el mal tiempo de toda la vida, joé, ¿qué leches de «climatología» ni «climatología»?, puso la cosa chunga. Una nevada cada 56 años comprenderá usted que no determina un clima. Eso es un simple fenómeno meteorológico. Rarito, pero fenómeno meteorológico. Un temporal de nieve. Sería climatología si aquello fuese Sierra Nevada: allí, como su mismo nombre indica, sí puede usted hablar todo lo que le dé la gana de la climatología de la nieve, por las nieves casi perpetuas, no cada 56 años.

Crisis económica al margen, dudo de la veracidad de lo de «año de nieves, año de bienes». Por lo que respecta al uso de la lengua, el año de nieves ha comenzado con males generalizados: las patadas al Diccionario por culpa de la dichosa «climatología».

 

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