ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


El centro, cerrado (por defunción)

Pues va a tener razón Zoido con lo de que o Sevilla acaba con el PSOE o el PSOE acaba con Sevilla. A pesar de que parecía harto difícil, este Ayuntamiento es capaz de hacer todavía más perrerías contra la ciudad, para acabar con lo que hasta ahora entendíamos por Sevilla. Por ejemplo, el perverso Plan de Ordenación Viaria del Casco Histórico, que se llama así y que en la práctica es el cierre total y absoluto del centro a los coches particulares, con esas cámaras (casi de gas, por nazis) que te espían y te arrean un multazo que te brean como entres a hacer un mandado y estés por allí más de 45 minutos... si es que has tenido cojones de encontrar aparcamiento, que ésa es otra. Y sólo dentro de un determinado sector del centro. Se prohíbe, un poner, ir desde la Puerta Carmona al Arenal por el laberinto actual, ya verá usted qué lío: San Esteban, Águilas, Alfalfa, Costanilla, Cuesta del Rosario, Entrecárceles, Plaza de San Francisco, Hernando Colón, Alemanes, García de Vinuesa y Puerta del Arenal a Adriano. Si hace usted ese trayecto en el futuro, se le cae el pelo. Multazo. Ah, y tampoco podrá entrar y salir por donde le convenga, sino por calles de salida y de entrada obligatorias. Tras cambiarle el sentido a todas las que quieran, para dar más por saco todavía.

Bueno, pues a esto de no poderse mover por el centro (aguanten la risa o el llanto) le llaman Movilidad los muy mamones...

De modo que será como el título de la película de Rosellini, pero al revés. Ya que solemos citar lo de Quevedo buscando a Roma en Roma sin hallarla, como nosotros buscamos a Sevilla en Sevilla y ya no la encontramos (porque está más perdida que el barco del arroz y han acabado con ella), esto será como la película de Rossellini al revés. «Roma, ciudad abierta», no: «Sevilla, ciudad cerrada». Chirrín, chirrán. A atajar la calle que no pase nadie, ná más que Torrijos en su cruzada contra los pijos. Que ésta es otra. Toman estas venganzas y revanchas contra el centro porque dicen que es Pijolandia, así lo llaman ellos, y que en el centro nada más que hay comerciantes rancios y vecinos fachas. Y se olvidan de esa calle San Luis, esa calle Castellar, esa calle Bécquer, ese final de San Vicente, que llamaban Vicentillo. O de la calle Feria. Y del que vive de un despacho de pan y tortas en la calle Macasta. Y de los jóvenes matrimonios que han encontrado un pisito en Divina Pastora. Ese centro, hijos míos, no es nada pijo. Pijos de verdad, hijos míos, los restaurantes donde vais ustedes a poneros púos de cigalas de tronco, que habéis cambiado lo de «¡A las barricadas!» de vuestros honradísimos antepasados de izquierda por el «¡A las mariscadas!» de vuestra diaria comida de trabajo.

—Mosqueado le veo, jefe...

—Es que es para cabrearse, usted. Es que estos tíos ya se han cargado a Sevilla y ahora la quieren enterrar.

Mi pregunta es qué le ha hecho Sevilla a estos señores para que le hagan estas perrerías. Si, total, Sevilla los ha elegido... Bueno, no a ellos, sino a Zoido, que fue al que mayoritariamente eligió como alcalde. Pero también los votó de modo que juntos y revueltos pudieran impedir que hubiera el Ayuntamiento que quería la mayoría, por aquello del cordón sanitario a la derecha, y lograran que, al fin y al cabo, Sevilla los pusiera donde están... acabando con ella.

Y otra pregunta: estas perversidades contra Sevilla y los sevillanos, ¿se les ocurren a ellos solitos, o las han visto en las películas de terror, en las novelas negras, en las historias de tormentos chinos, de los inquisidores que mataban a la gente a pellizcos y esas cosas?

Y una tercera pregunta: ¿queréis cerrar el centro, no, hijos míos? Pues lo vais a cerrar. ¡Pero por defunción! Porque al centro lo han matado ya estos tíos. Ahora sólo les queda ya enterrarlo.

 

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