ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


¿Tan flojos somos los sevillanos?

Cuatro ojos ven más que dos. Excepto si son ojos forasteros en Sevilla. Como tienen intacta su capacidad de sorpresa, se fijan en cosas a las que nosotros no echamos cuenta, por habituales, y que a ellos resultan chocantes, insólitas, apasionantes o divertidas. Y como dos ojos de forastero ven más que cien clisos sevillanos, mi comunicante, que ha vuelto a su tierra tras pasar aquí la Semana Santa, me pone a cavilar. Es visitante habitual de Sevilla en sus fiestas, con reserva de hotel céntrico de un año para otro, amigos aquí de toda la vida y yo creo que hasta hermano de alguna cofradía. Ha vuelto a Madrid, pero pronto regresará para los toros y para los días primeros de Feria, pues sabe que a partir del viernes el Real es un andén más de la estación de Santa Justa, con tanta gente llegada en el Ave para «las ferias», «los finos», «los faralaes» y esas desgracias del turismo del que, ay, tiene que vivir la Sevilla que cerró su industria y que está arruinando su comercio.

Este forastero está indignado con las sillitas dichosas de los chinos durante la Semana Santa. Me dice: «Cada vez me canso más viendo cofradías. Yo me creía que era porque ya soy cuarentón, pero este año me acabo de dar cuenta, y se lo quiero comentar, a ver si escribe usted de esto, aunque sé que en ABC han hablado mucho del asunto, y me parece que no ha servido de nada. Después de la Madrugada me he dado cuenta de que no es que yo me canse más viendo cofradías, sino que cada año es más difícil andar por Sevilla por culpa de las sillitas y de los “clavaos”. Yo llamo “clavaos” a los que cogen un sitio para ver pasar una cofradía y parece que tienen la escritura de propiedad de esa acera, no dejan pasar a nadie y no se mueven, parece que están clavados al suelo, como bolardos. Y después, las sillitas, con las que forman barreras peligrosísimas que no hay quien traspase. Los últimos años cada vez es más difícil moverse. Cuanto mejor conozco itinerarios de rodeos libres de bullas, más tardo, pues atravesar sobre todo las murallas de sillitas es casi imposible. Y me dirijo a usted para preguntarle: ¿Esto ha sido siempre así? ¿Han pensado los sevillanos la imagen que dan ante los visitantes, la imagen de “flojos”, como llaman ustedes a los perezosos? ¿Es que no pueden esperar en pie media hora hasta que llega la cofradía, y otra media mientras pasa? ¿Tan flojos son los sevillanos que tienen que esperar sentados?».

Pues no, no siempre fue así. El sevillano esperaba en pie la llegada de las cofradías, y aunque estuviera reventadito de verlas callejeando, si se sentaba era en el velador de una terraza, para tomarse un respiro y una tapita, pero no iba por ahí con la sillita incorporada, como pegada a salva sea la parte. Quitando ciertos lugares de niñateo en la Madrugada, ni siquiera se veía gente sentada en el suelo, y no como ahora, que los bordillos parecen gradas de un campo de fútbol. El sevillano aguardaba y aguantaba en pie, aunque los tuviera molidos yendo y viniendo a las salidas y entradas. Todo lo más se tomaba un alivio al que Joaquín González Moreno llamó «hacer la cigüeña». Mientras se veían pasar los tramos de nazarenos de una cofradía, apoyaba uno la espalda en la pared, y, doblando la rodilla, se ponía un pie en ese muro, como hacen las cigüeñas en sus altos nidos, y la pierna que no cargaba peso notaba un cierto descanso. Luego se repetía la operación con la otra pierna. Y no había más sillita ni más niño muerto.

Será que con tanto butacazo ante la televisión los sevillanos nos hemos vuelto más flojos todavía de lo que dicen que somos. Y con la fama de flojos que teníamos ante España entera, lo que nos faltaba era aparecer ante el turismo con las sillitas. Anda que como también se pongan de moda para ver el paseo de caballistas en la Feria... ¿Tan flojos somos que no aguantamos una hora en pie?

 

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