ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Niños en la Plaza Nueva

Francisco Candel, el cronista de los charnegos en la emigración catalana, publicó una novela titulada «Ha muerto un hombre, han matado un paisaje». Viniendo desde la calle Francos por la esquina de Velasco y por Chapineros hacia la Plaza Nueva me acordé de ese título al pasar por Chicarreros. Yo podría escribir ahora el gorigori de la calle Chicarreros con un título parecido al de Candel: «Han cerrado unas tiendas, han matado a una calle». La calle es Chicarreros. La que más pena da de toda esa parte arruinada del centro de los terribles balcones vacíos cuando pasan las cofradías. Salvo una nueva camisería pegada a la relojería de Iruela, ya casi en la esquina de la plaza de San Francisco, a la que hay que darle un homenaje por el valor que le han echado, Chicarreros es la viva imagen de la muerte del comercio del centro. El incendio de Pleximar parece que la condenó a la hoguera. Allí está su rótulo, en el cerrado comercio que llenó de cacharros de plásticos Tatay las cocinas sevillanas de las ollas de porcelana y los pucheros de barro. Allí está el recuerdo del despacho de pan y tortas que había en los bajos de la casa donde vivía Antoñito Procesiones, y a cuya puerta, cuando estaba ya casi impedido, antes de que los hermanos de San Juan de Dios lo acogieran en su asilo de la calle Misericordia, la Tertulia Cofradiera El Cañonazo le llevó una tarde de Cuaresma el homenaje de un desfile de bandas de música para él solito, para el fundador, presidente y sobre todo cobrador de la sociedad «La Gloria de España».

Pasas por la calle Chicarreros y evocas las exquisiteces de la parte de charcutería de la Bodega Cepejón y la larga barra de su gran borrachería para moyatosos de guardia, donde ahora está la puerta falsa de la Obra Cultural de la Caja. O recuerdas a Zafra, el que fue presidente del Sevilla, a la puerta de su comercio de géneros de punto. La calle ahora muerta te trae el fantasma del zapatero que hacía botos a medida para la Feria, y de Garibay con sus picús y discos microsurco. Ya todo aquello murió. Si quieren una fotografía de la crisis y de cómo han arruinado el comercio del centro, pasen por Chicarreros. Qué pena.

Y sales a la plaza de San Francisco y echas en falta un negrito de los semáforos que venda pañuelos de papel, porque te hacen falta para llorar por la degradación de Sevilla. Y cruzas por Granada hacia la Plaza Nueva, teniendo cuidado de que no te pille un dictador callejero en su trono del sillín de una bicicleta. Y sales a la plaza. A la que los cretinetes le quitan el artículo y llaman, a la granadina, «Plaza Nueva». Y si en la calle Chicarreros ves una Sevilla muerta, como estamos en la semana de la Resurrección, en la Plaza Nueva hallas una Sevilla vuelta a la vida. La vieja vida de la Plaza Nueva ha resucitado. Suenan los versos de Cavestany: «Plaza Nueva, Plaza Nueva,/plaza vieja para mí». Sólo faltan por allí soldados del cuartel de la Puertalacarne ligando criadas. Las criadas están. Peruanas o ecuatorianas, no muchachas de Peñaflor o Las Navas. Sentadas en los escalones del monumento a San Fernando, están las criadas que llevan a los niños a que jueguen en la Plaza Nueva después del colegio. ¿Dónde viven estos niños? ¿Qué casas del centro llenan de vida estos niños? ¿O vienen de Los Remedios, de Triana? Corretean, gritan, chillan, se pelean, lloran, saltan. Los niños le dan vida, vida plena y nueva, o nostálgica y antigua, según se mire, a la Plaza Nueva. Vienes con el alma a los pies desde la calle Chicarreros y te reencuentras con la ciudad de siempre, con la que sueñas, con la que están destruyendo, en estos gritos de los niños en el atardecer de la Plaza Nueva, bajo los naranjos en flor, junto a los bancos llenos de señores mayores hablando de sus cosas y echándoles una miraíta satirona a las muchachas de pechos florecidos como el azahar que pasan camino de Zara o de C&A. Queda todavía mucha Sevilla en Sevilla, y mira que están haciendo por cargársela. Nuestra esperanza son esos niños que, como nosotros hacíamos, siguen jugando en la Plaza Nueva al atardecer.

 

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