ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Flor para Antonio el de las Flores

Hoy es víspera de carráncanos y de balcones colgados con las mejores colchas y los más hermosos mantones de Manila en mi feligresía del Sagrario. La que tiene por collación el mejor cahíz de tierra del mundo. Díganme, si no, otra parroquia que tenga una Giralda, una Catedral, una Casa Lonja, un Alcázar, una Torre de Abdelazis, un Arquillo de la Plata, unas Atarazanas, una orilla del río, una Casa de la Moneda, una plaza de los toros, un Arenal, un Baratillo, una Cestería, una Carretería, una Caridad, una Torre del Oro, otra de la Plata, una Pura y Limpia y un Arco del Postigo. A Dios ciertamente se le fue la mano con la feligresía del Sagrario.

Mañana, por esa Sevilla soñada, por esa plaza del Triunfo donde te pones a mirar y siempre llegas a la conclusión de que no puede ser verdad tanta belleza, saldrá la cera roja de los hermanos de la Sacramental del Sagrario, en la procesión para el cumplimiento pascual de enfermos e impedidos. La Sacramental del Sagrario... Anda que también anda malamente de instituciones sevillanísimas mi parroquia del Sagrario: tiene la Hermandad de la Caridad, tiene la Maestranza de Caballería y tiene la Sacramental del Sagrario. La que según el colmillo retorcido de los capillitones antiguos probaba la existencia de Dios mucho mejor que las vías del Aquinate: «Dios está en todas partes, incluso en la Sacramental del Sagrario».

Será, como digo, una mañana de balcones colgados, de chaqués de cera roja. De carráncanos. Aparte del campanerío glorioso de la Giralda, la parroquia del Sagrario tiene una campanita secreta, paraíso cerrado para pocos: la esquila que colgada al cuello lleva un carráncano. La va tocando en la mañana, anunciando que llega Su Divina Majestad. «La Majestad en público» llamaban los viejos de la calle San Diego y de la calle Pavía a esta mañana de carráncanos, que recuerdo con la Banda de Soria de don Pedro Gámez Laserna tocando «Corpus Christi» tras un palio bajo el que don José Ruiz Mantero o don Servando Delgado Morgado entraban con el Santísimo en el corral de San José de la calle Jimios.

Esa campanita del carráncano que abría el cortejo sonaba la anterior tarde de vencejos en el bando de La Majestad en Público. El bando recorría el camino que había que colgar con colchas y alfombrar con pétalos de geranios. El bando de la Procesión de Impedidos pasaba siempre por mi calle, por Federico Sánchez Bedoya. Entraba por la esquina de la calle de la Mosca, como hacia Casa Morales y la freiduría de La Isla. En esa esquina estaban los Viveros del Guadalquivir. En aquel patio donde preparaban ramos de novia, claveles encañados para un paso o centros de mesa para el banquete a un moro notable en el Hotel Alfonso XIII, el olor de las flores era otra ofrenda del barrio a Su Divina Majestad. Allí estaba trabajando Antonio Romero Cárdenas. Antonio el de las Flores lo llamábamos en el barrio. Desde jardines enteros a una sola gardenia de amor en una delicada caja, qué bello arte floral salía de las manos de Antonio. Ese nombre, Arte Floral, le puso a su tienda, cuando Viveros del Guadalquivir cerró y se estableció con floristería propia en la Puerta Jerez, junto a la Casa de la Moneda. Cada vez que iba a encargarle unas flores y lo veía tan enamorado de su arte, me acordaba del trabajo gustoso del jardinero de Triana que retrató Juan Ramón Jiménez. ¡Con qué orgullo sevillano puso Antonio Romero las flores para la boda de la Infanta Doña Elena en el Alcázar! Como una ejecutoria de nobleza en el trabajo, las fotos de aquellas flores estaban enmarcadas en su Arte Floral. Al que luego, ay, faltó, inmovilizado por una muerte en vida. Terrible: el artista de las flores quedó en vida vegetal. Como uno de sus centros o de sus ramos. En esta víspera de la Majestad en Público, veo en ABC la esquela de Antonio el de las Flores. Oigo la campanita del bando de los carráncanos. Parece que dobla por un artesano del barrio. De la memoria del olor de aquella esquina de la calle Bayona tomo una flor y como corona funeral de homenaje a un artesano de la belleza, la ofrezco a la memoria de Antonio Romero Cárdenas. Antonio el de las Flores.

 

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