ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


La silla de Morante en Nimes

Morante en Nimes, cumbre. La silla de Morante en Nimes, una mierda de silla. Para llamar a los de Reto o a Merkausado, y que se la lleven.

—Y no se la llevan, ¿quién va a querer esa silla?

Un horror de silla. Una horterada. Hombre, sobre todo considerando la idea que tenemos todos de cómo debe ser una silla en un ruedo taurino, si el matador la pide para banderillear desde ella o para sentarse e iniciar con ayudados por alto la faena de muleta.

¿Tanto cuesta mandar por Seur una silla de Quidiello como Dios manda hasta Nimes? Porque si Morante pensaba torear por el plan antiguo e iniciar sentado la faena de muleta al toro de Juan Pedro Domecq (que seguro que lo tendría más que pensado, pues no tiene un pelo ni de tonto ni de loco), él o su equipo deberían haberlo previsto. Pero, claro, ¿qué se le va a pedir a Curro Vázquez, que no sabe lo que es una silla sevillana de enea ni quién es Quidiello?

Una silla en una plaza de toros. ¡Lo seria que es una silla en una plaza de toros! ¿Usted no ve el solio pontificio de Benedicto XVI en Roma? Algo así, pero de enea. De enea y de palo, ¿eh? ¿Se sienta acaso en una silla de Merkamueble el guitarrista que acompaña al cantaor? ¿Pasa el Gran Poder cuando de Madrugada entra en La Campana ante unas sillas de Ikea que ha montado un manitas del Consejo? Las sillas del arte andaluz, del sentimiento de nuestra tierra, están perfectamente codificadas. Una de las tropelías que se hicieron en la Catedral con Amigo Vallejo fue precisamente quitar las clásicas sillas de enea y poner en el crucero unas filas de asientos negros de plástico que parece que estás en un aeropuerto esperando la salida de tu vuelo.

Yo me acuerdo haber visto de chaval una silla en la plaza de toros de Sevilla. La pidió el loquito de Manuel Álvarez «El Bala» para poner banderillas sentado, igual que las ponía con la boca, partiendo además los palos, que yo no sé cómo los garapullos no le pegaban una cornada con su madera como la del pobre Julito Aparicio. El loco de El Bala ponía las banderillas con el velo del paladar. Y la silla que pidió para banderillear se la bajó Elías el barbero del palco del Aero. Una magnífica silla de enea. Se la sacó un banderillero al tercio, la cogió El Bala, se sentó en ella con los palos en la mano, citó al toro, se arrancó el toro, se le coló por el izquierdo, se levantó Manuel, y el toro le pegó tal tarascada a la silla, que la silla fue a tomar por saco al callejón, hecha pedazos. Porque a los toros les gustan las sillas de enea de toda la vida. En cambio esa silla horrorosa que sacó Morante en Nimes, ni la tocó el toro. ¿De qué la va a tocar el toro? ¿Usted no ve que el toro era de Juan Pedro, y los que cría el ganadero que se está dejando pinta de espadachín viejorro de Pérez Reverte son toros artistas con mucho sentido estético y detestan estas horteradas de sillas de puticlú?

Morante, que ve más vídeos antiguos de la cuenta, quería seguramente revivir lo de Rafael el Gallo toreando desde la silla. O lo de Antonio Carmona «El Gordito» en las láminas de «La Lidia». Le sobró arte y compás, hondura, esencia: cumbre, como cuentan las crónicas. Pero le faltó silla. Esa silla que sacó Morante en Nimes la he visto yo en un salón de bodas, horroroso de hortera, que hay por Alcalá del Río. Esa silla la he visto yo en «Cine de Barrio»: la silla donde se sentaba el pianista argentino parguelón que ahora se ha peleado con Paradas. Es una silla como del Hotel Ex Colón o del Bar Ex Laredo, qué horror. Si Morante quiere sentar cátedra y ocupar el trono vacío del toreo según Sevilla, de momento tiene que irse buscando otra silla. Para que así ocurra cuanto antes, algunos, en nuestra orfandad currista, incluso estamos dispuestos a pagarle el porte y mandar por Seur 10 una silla de Quidiello como Dios manda a la plaza que Morante nos diga.

 

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