ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Acoso con arrayán por romero

Estamos hartos que nos digan que el turismo es la primera industria de Sevilla. ¿A que va a ser verdad? Para comprobarlo basta ir estos días por los alrededores de la Catedral, por la Plaza del Triunfo, por la Puerta del León del Alcázar. No se ve un sevillano. Todos turistas. De medio pelo, zarrapastrosos y de los que de verdad dejan dinero y se alojan en hoteles caros. De las tres clases. Entre el monumento del Triunfo del terremoto de 1755 y la Cruz de los Juramentos de la Casa Lonja, el sevillano llega a sentirse como extraño en su propia tierra. Y por ese tuétano del mejor cahíz, las gitanas acosadoras de turistas, ramita en mano. Como los caballistas del acoso y derribo, van por colleras. Una es la amparaora; la otra, la garrochista, con su ramita a modo de vara de majagua, dispuesta a derribar la resistencia a la propina de todo turista que aparezca por allí:

—Anda, miarma, que te va a dar suerte...

¿De dónde salen estas colleras de mendicantes gitanas acosadoras, estos tríos de gitanas pedigüeñas? ¿Son de Sevilla, son de Granada? ¿Vienen del Vacie, vienen de las caracolas famosas? Están fijas de plantilla, entre la parada del tranvía de frente a Correos y la Puerta de los Palos, pasando por la Puerta del Perdón, la Borceguinería, Matacanónigos, el Palacio Arzobispal, los soportales de Alemanes, el arranque de la Cuesta del Bacalao... Otras se trabajan la fachada de poniente de la Catedral, sobre todo si hay boda en el Sagrario y se llenan las gradas de chaqués y pamelas. Gitanas de tres generaciones, todas con sus largas faldas, sus chanclas de tacón y talón descubierto, las más viejas con su delantal de encajes: las abuelas, las madres y las hijas mocitas, todas a pedir. Ven acercarse a un turista y se van para él con su cansina letanía, entre piropo y lamento, intentando colocarle la ramita.

Que ya no es de romero, según vi la otra mañana. Las gitanas ofrecían antes romero porque da buena suerte, y que se lo pregunten, si no, a los curristas. Ofrecían frescas y olorosas ramas de romero. Romero en flor. En flor de romance y copla, de buenaventura y refrán: «El que vea romero, si no lo coge, del mal que le venga, que no se enoje». Trasminaba el romero en manos de las gitanas del sablazo vegetal, y cuando algunas le colocaban directamente la ramita en el ojal de la solapa, el payo pagache creía que le imponían la Medalla al Mérito Turístico.

Pero la crisis, ay, ha llegado a esta mendicante industria subsidiaria del turismo. Las gitanas acosadoras, en vez de romero, pegan ahora el sablazo a los turistas con ramitas de arrayán. Sí, del mirto de la antigüedad clásica, de la planta consagrada a Venus. ¿Es que han acabado con el romero, de tanto acosar turistas? ¿Es que tienen plantaciones de arrayán? ¿Lo patrocina acaso el programa de Canal Sur de este nombre? No, es que tienen al proveedor del negocio a pie de obra: los setos de jardincillos del Archivo de Indias que dan cara a la Avenida. Llegan, arrancan de los setos de arrayán las ramas que haya menester y, hala, a acosar turistas, a vender a plazos el patrimonio de Parques y Jardines. Espelechados me tienen los setos de los jardines de la Lonja, con tanto turista como hay en estas fechas.

No pido yo que venga Sarkozy, que acababa con este lamentable gitaneo en un santiamén. Me conformo con que los municipales protejan a los turistas del acoso de la etnia gitana, que le dicen, en este nuevo timo de dar gato por liebre, digo, arrayán por romero.

 

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