ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


El primer serrín del año

En esta esquina del barrio había un viejo bar, de los que se jubilan con su dueño. Ponían el exacto arroz que salía de la cocina a la una de la tarde, con puntualidad de Ave en Santa Justa o de cruz de guía en La Campana. Ponían la tortilla de patatas que ahora, al evocarla en su grosor de cuatro dedos y su sabor, me hace pensar en la magia de las palabras de Sevilla. ¿Por qué son papas aliñás, y papas con carne, y papas con chocos, y cuando las papas se hacen en tortilla nunca son papas, sino patatas? Ah, misterios del habla...

Venía evocando la tortilla de patatas del bar que cerró. Y el arroz. Y de la ensaladilla, ni hablo. Todos sostenemos que el mejor gazpacho es el de nuestra madre y que la mejor ensaladilla, la que ponen en ese bar que hemos descubierto precisamente nosotros, verás tú cuando la pruebes, no hay mejor ensaladilla en toda Sevilla, que rima. A efectos de copeo y tapeo, Sevilla ya no rima con manzanilla: rima con ensaladilla, Eusebio León.

Y ese bar que evoco en la esquina del barrio, donde a la hora del desayuno de media mañana se concentraban los oficinistas de todos los negocios, bancos y centros oficiales de media legua a la redonda, cerró un buen día, por jubilación o hartura de coles, o ambas cosas, del dueño. Estuvo cerrado muchos meses. En el barrio se decía que pedían un traspaso muy alto y nadie le metía el diente al local. Hasta que un día pasé y vi albañiles. La esquina, tantos meses con las cancelas echadas y los umbrales acumulando basuras y latas de cocacola machacadas y pisoteadas, volvía a cobrar vida. Y al cabo de otro tiempo volví a pasar, y me asomé, qué clásico, a curiosear por una rendija del cajón de obras. Era otro bar el que iban a poner, pero en plan moderno. Así volvieron a abrir la esquina de los desayunos con tostadas de manteca colorá y de la cervecita con el arroz o la tortilla de patatas. He entrado muchas veces. Maravilloso bar. Es como de Barcelona. O de Ikea. Sí, muebles oscuros, paramentos de PVC, paredes blancas, baños con lavabos de acero inoxidable. Tras la Exposición del 29, todos los bares que abrían en Sevilla parecían plazas de España en miniatura, venga azulejos. Tras el 92, todos los bares que abren en Sevilla parecen miniaturas de pabellones de la Expo o Ikeas en pequeñito.

Pero con las cosas de aquí. De bote en bote se pone el bar nuevo a la hora del desayuno, porque ahora hasta fríen calentitos. Los llaman «churros», pero les juro que son calentitos. El sábado, al alba, cayendo chuzos de punta, entré a desayunar. En esto que tanto nos gusta a los sevillanos de desayunar en la calle, para olvidar el café bebío que hemos tomado en casa. En la mañana de lluvia, al entrar en el remozado bar del barrio me encontré, qué maravilla, con el viejo prodigio tabernario del serrín en el suelo. Ah, el serrín de las tabernas... Maravilloso serrín contra los resbalones y el enguachinamiento. Aunque Sanidad lo haya prohibido, en los bares de Sevilla siguen echando serrín en el suelo cuando la mañana se ha metido en agua.

En la vieja esquina del modernísimo bar saludé al serrín de siempre. El serrín es al invierno lo que el albero a la primavera. La primavera proclamaba sus colores con el amarillo del albero nuevo sobre las plazoletas. El invierno abre plaza con estos amarillos clarines del serrín sobre el suelo del bar nuevo que han abierto en la vieja esquina del barrio. Entré a tomar café con calentitos y pisé el primer serrín del año con el repeluco del alma con el que el Domingo de Ramos vemos el primer nazareno.

 

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