ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Memoria de la Plaza de España

De la Torre Norte, donde estaba el Gobierno Civil de Utrera Molina dando pisos a los arriados del Tamarguillo, a la Torre Sur, donde estaba la Comandancia de la Guardia Civil entre las barcas tripuladas por José Luis Perales con los remeros de la Universidad Laboral, hoy volverá a sonar en la remozada Plaza de España un viejo himno, que rescató el coro gaditano de Julio Pardo. Sonará el Himno de la Exposición Iberoamericana, que es como la banda sonora de la Plaza de España del cuadro de Santiago Martínez que está en el Salón del Almirante del Alcázar, en el que aparecen los Reyes Don Alfonso XIII y Doña Victoria Eugenia, más toda una galería de retratos de época, durante la inauguración de la que ahora nombramos como La Expo del 29.

Los sevillanos de entonces se sabían de memoria ese himno, con música del maestro Alonso y letra de los hermanos Alvarez Quintero. Era como un rubeniano himno solemne y grandioso, muy de «ínclitas razas ubérrimas», pero en zarzuelesco. Arrancaba con un saludo como operístico: «Salud, pueblos hermanos/del mundo juventud,/ salud, americanos,/salud, salud». Sí, el himno era como un «Bienvenido, Mister Marshall» de entreguerras, como las «Coplillas de las divisas» que escribieron Ochaíta, Valerio y Solano para Lolita Sevilla en la película de Berlanga. Entre el casi ridículo «salud, americanos, salud, salud» y el «americanos, os recibimos con alegría» hay tanto parecido que parecen primos hermanos. El himno sevillano luego se ponía más serio, y decía: «Acudid, hijos de españoles, a fundiros en un crisol». Y luego hablaba de las estrellas, y de los mares...

Aquel himno se lo sabían de memoria muchísimos sevillanos, que lo cantaban cada vez que lo tocaban en un acto de masas en la Exposición. Aquellos sevillanos se sabían cosas dificilísimas y rarísimas, con las que se emocionaban, como la letra enterita del «Miserere» de Eslava o el Himno de la Exposición. Yo tengo ese Himno en la grabación sacada de una placa de pizarra que me regaló Pablo Ferrand. Y recuerdo habérselo escuchado, con lágrimas de emoción por la juventud perdida, a mi padre. El Himno era el recuerdo de lo bien que se lo pasaron en la Exposición los sevillanos de 1929. Tan bien como se lo pasaron en La Cartuja con la Expo los sevillanos de 1992.

Hoy sonará ese Himno en la Plaza de España que lo vio nacer y que hoy renace. Hoy sonará la memoria de la propia Plaza. Que es la memoria de todos los sevillanos. Que levante la mano quien no tenga una foto de niño en la Plaza de España, llevado en el cochecito por su madre. O una foto en la calesita, como la que puso Javier Criado en su libro, la calesita del borriquito moruno que sin cochero daba solo la vuelta a la Plaza, como un reloj que daba las horas de la infancia feliz. Que levante la mano quien no tenga una foto de chaval, gamberreando en las barcas, en la estela de la gran «Enriqueta», la única de motor de la ría, que allí nos parecía por lo menos el «Titanic». ¿Cuántas parejas de novios de los pueblos se hicieron en la Plaza de España la foto del viaje de luna de miel que estaba en una casa que los nietos ya han desmontado en almoneda? ¿Cuántos niños dieron sus primeros pasos sobre aquella ladrillería? La memoria de la Plaza de España es la historia sentimental de los sevillanos. Si José Luis Perales quería ser otra vez remero de la Plaza de España, todos queremos ser otra vez niños, chavales, muchachos, novios, padres, abuelos de la Plaza de España.

 

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