ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


El último poeta de la copla

Murió Quintero, murió León, murió Quiroga. Murieron Ochaíta, Valerio y Solano. Murieron Cantabrana, Perelló y Mostazo. Y Valverde y Font de Anta. Y Kola y Castellanos. Y Naranjo y Monreal. Y Montorio. Y Gordillo y Molina Moles. No es que esto sea una funeral guía telefónica de letristas y compositores de la canción andaluza, la que en sus tiempos de gloria llamaban cuplé y ahora se conoce como copla. Por las radios de cretona, en los patios de refregador y ollas de berza en el fogón, los que cantaban Concha Piquer, o Gracia de Triana, o Marisol Reyes, o Mari Paz, o Juanita Reina, o Tomás de Antequera eran cuplés, que llegaban directamente de las tablas al programa del oyente: «Para el niño José Miguel Santiago, al cumplir su tercer añito».
Los autores de aquellos cuplés que toda España cantaba son ahora la verdadera memoria de un tiempo. Y a esa inmortal nómina de triadas capitolinas y gloriosas parejas de la memoria musical de la canción se acaba de incorporar para siempre, desde su Cádiz, el maestro Salvador Guerrero Reyes: el de Guerrero y Algarra, o de Guerrero y Castellanos. A usted quizá le pase con el Maestro Guerrero como le ocurrió a Isabel mi mujer, un claro día de Cádiz, cuando paseábamos por la Plaza de las Flores y en la esquina de la calle Columela, sentado en un velador, viendo pasar el tiempo, la vida y la mañana, estaba el Maestro Guerrero. Se lo presenté:
—Mira, Isabel, éste es el Maestro Guerrero...
Salvador Guerrero vio la cara que puso Isabel y comprendió que no sabía quién era. Y más largo que su «Carretera de Asturias», le dijo:
—¿Tú sabes lo del «cordón de mi corpiño, cariño, que no lo puedo cortar»? Pues ese soy yo, Isabel, que Antonio no te lo ha dicho: yo soy el que escribió «El cordón de mi corpiño».
En Hollywood, el autor de «El cordón de mi corpiño» hubiera estado en un casoplón de Beverly Hills, viviendo como un rajá con las regalías de su canción. En España, el autor de «El cordón de mi corpiño» estaba en la butaca de su velador de la Plaza de las Flores, viviendo modestísimamente, hasta olvidado por el artisteo, aunque siempre honrado por sus convecinos gaditanos, como sus amigos de la muy pemaniana peña «La Gaviota», en cuyos actos pude oírlo declamar los apasionados versos que seguía componiendo.
A esa musical memoria de España unimos ahora el nombre de Salvador Guerrero, el último poeta de aquellos cuplés. El autor de las citadas canciones, de «La mare mía», de «Al pie de la cruz de mayo», de los libretos de grandes espectáculos teatrales para Paquita Rico («Romances y Coplas»), para los Chavallilos de España y Angelita Font («Claveles»), para Pepe Baldó («La mujer y la copla»), para Dolores Abril («La copla eterna») y para tantos y tantos: Imperio de Triana, Maruja Lozano, Carmen Morell y Pepe Blanco, Angelillo, Manolo Escobar, Pepe Marchena, Lola Flores, Rocío Jurado. En la radio de cretona sigue sonando la voz del cordón del corpiño de Antoñita Moreno y la de Antonio Amaya con «La reina Juana», «¿por qué lloras, si es tu pena la mejor, porque no fue un mal cariño, que fue locura de amor?». Sí, en el Cine Gades ponían «Locura de Amor» de Juan de Orduña, con Aurora Bautista. Pero el pueblo se sabía esa historia por la letra de Salvador Guerrero. Hasta Bernarda de Utrera la metía por bulerías: «Celos de la luz y el viento, qué tormento, celos de la mar y el aire...»
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