ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Circo Avenida

Había una vez... Cuando los niños tienen vacaciones por Navidad o cuando llega la Feria, vienen a Sevilla los circos. Llenan la ciudad de carteles con tigres blancos y osos humanos tan sabios que saben más palabras que un escolar de Secundaria. Por no hablar del caballo de Miss Aurori, quien hasta tiene en Sevilla su club de fans, a cuya presidencia tengo entendido que aspira Paco Robles.

Había una vez... Porque eso era antes. Cuando para ver circo en Sevilla había que esperar que llegara el Mundial, con el que José María González Villa ganó la Medalla de Bellas Artes. O el Americano. O el Circo Ruso. Los que plantaban su carpa de los milagros en el campo de Feria o en la calle del Infierno, los que ponían la taquilla en La Campana y repartían bonos para que los padres pudieran entrar gratis si llevaban por lo menos media docena de niños, más que el carro de la nieve.

Había una vez... Ya no es necesario que sea Navidad o Feria para ver el circo. Y además, gratis. El famoso «modelo de ciudad» con el que se han cargado a Sevilla con mucho cuidadito consiste precisamente en convertir a la Avenida en un circo. Un circo estable. Como el Price de Madrid, pero al aire libre. Y muy lúdico, que es lo moderno y progre.

¿Dónde está el circo del que hablo? ¿Pues dónde va a estar? En la Avenida. Es el permanente Circo Avenida. Para esto ha servido peatonalizarla: para llenarla de veladores y para que toda la calle, y especialmente su arranque, frente al Arquillo y al Banco de España, sea un circo. Eso sí, gratuito. No hay que sacar entrada. Ni es obligatorio pagar la voluntad. Cuando en los bares se ha perdido el «¡dinero al bote, gracias!», en la Avenida se ha institucionalizado el bote de los artistas del circo callejero.

Los hay veteranos y los hay nuevos en esta plaza, que han debutado sin picadores. Entre los más antiguos está el Hombre Maceta, que anda que no tiene ya trienios el Hombre Maceta en su esquina de Sánchez Bedoya... Luego, a la altura del Colegio San Miguel y frente a la puerta catedralicia de este nombre (vulgo «Por Donde Entran Las Cofradías») está el Hombre Sin Cabeza, pidiendo la voluntad por haberla perdido, cuando en Sevilla hay tantísima gente que ha perdido la cabeza y no te pide la voluntad, empezando por el alcalde.

Luego está la estatuaria circense. Como figurantes de la escena del cementerio del Tenorio. Aficionados a estatua en mármol o bronce de ficción, a elegir, que se pasan las horas más tiesos que la cuenta corriente de un socio del Náutico que yo me sé...

Pero la pista más concurrida y mejor del Circo Avenida está, como decía, frente al Arquillo del Ayuntamiento, competencia ilícita al circo que el Pacto de Perdedores tiene montado dentro. Delante de Filella es figura consagrada el señor que baila con dos muñecos de trapo. Y acaban de llegar nuevas atracciones. El que canta con un muñeco horroroso como los de José Luis Moreno y con un perro disecado panza arriba que da asco verlo. Y el Hombre Sentado Sin Silla. Es un refrán hecho circo. El que se fue a Sevilla perdió su silla, ¿no? Pues éste vino a Sevilla y la ha perdido. Y como la ha perdido, está el tío allí las horas muertas sentado sin silla, como una escultura de la estación del Ave en Madrid.

Pasen, señores, pasen, y vean para lo que ha quedado la Avenida. No había una vez un circo: había una vez una ciudad llamada Sevilla, pero la envilecieron estos tíos.

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